lunes, 24 de octubre de 2011


(parte 23)

Pero en este año se sucedieron vertiginosamente tres papas en el solio pontificio, Greogorio XIV, Inocencio IX y Clemente VIII, que dejaron oficialmente en suspenso "el asunto de las monjas". Juan de la Cruz experimentó en este tiempo un creciente desacuerdo hacia la política religiosa movida por la Consulta y especialmente hacia su propulsor. El programa doriano de reglamentación ascética que en un principio parece haber cautivado al autor de las Cautelas y al amigo del cilicio, seguramente le hicieron suponer afinidades de espíritu que es muy posible que se desvaneciesen al comprobar que Doria, hombre de acción, rigor y ambición, justo carecía del elemento que para Juan era escencial razón de ser del Carmen: el espíritu interior y el gusto orientado hacia la vida contemplativa y la experiencia mística.

En el terreno de las particularidades, Juan de la Cruz llegó al límite del desacuerdo con Doria en dos puntos: la campaña de difamación vulgar y persecución cruel desencadenada contra Gracián, encaminada a su expulsión de la orden y el proyecto de dejación de las monjas al papa, por parte de los descalzos.

Sabemos, lo hemos adelantado, que Juan fue por ello destituido de todos sus cargos en capítulo de Madrid, en junio de 1591, y que murió en Úbeda del 13 al 14 de diciembre del mismo año. De no morir, hubiese corrido con la misma suerte que Gracián, porque se proyectaban contra él, de tan grande y antigua tradición como director y confesor de monjas desde la primera experiencia en La Encarnación abulense, calumnias parejas a las que habían sido esgrimidas contra el primer provincial, atizadas esta vez por la envidia del joven, flamante y recién promocionado definidor, Diego Evangelista, y que en este caso afectaron, entre otras. a las comunidades femeninas de Beas y Granada: los carmelos en donde Ana de Jesús había sido priora.

Las monjas pertenecientes a estos conventos quemaron entonces muchos papeles que acaso completan la obra conocida del escritor y téologo místico, o que nos fuesen preciosísimos para aclarar esta privilegiada amistad que, en sentido estricto, no concluye con la muerte de Juan de la Cruz, sino que continúa como relación de ausencia en el recuerdo, la acción y el silencio de ella, hasta su propia muerte acaecida en Bruselas el 4 de marzo de 1621.

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