sábado, 4 de diciembre de 2010


PARTE 7


Por supuesto, entre ellas debe figurar, y desde su primer momento, la priora, aunque ensombrezca el inicio de esta particular relación, el peso, para mí bastante ligero, de una carta que Santa Teresa dirige a Ana de Jesús, fechada en Ávila a mediados de noviembre de 1578, en la que, con humor, reitera y encarece la val{ia y perfección de San Juan como confesor de monjas, haciendo en ello suponer la existencia de reticencia y desconfianza por parte de la priora respecto del director espiritual que les ha caído en suerte. Pero, con puridad, nada sabemos del contenido de la carta, ni del tono en que la redactó. Es posible que, al igual que Santa Teresa, la escribiesa con humor. Resulta, además, fácil de comprende que si algún reparo puso Ana en la eficacia de San Juan como padre del convento fuese debido, especialmente, a que le sabía extenuado y porque vivia lejos. En general, y de entrada, eran muchas cosas las que podían agradarle de fray Juan, aun sin conocerlo a fondo todavía, y unas cuantas las que, adermás, podían determinarla a sentirse muy cerca de él.


Eran carmelitas primitivos, muy identificados -aunque sería ingenuo pensaque que plenamenete- con el llamado espíritu de Santa Teresa. Tenían casi la misma edad: San Juan había nacido en 1542; Ana en 1545. Procedían de Castilla la Vieja, hecho bastante frecuente entre los miembros de la reforma teresiana en un primerísimo momento, pero ambos habían pasado parte de su niñez y primera juventud en Medina del Campo, donde pudieron cruzarse por las calles, aunque, al parecer, si hemos de hacer caso de las fábulas en las que se ausenta la vida de ambos en este periodo, en ambientes y estratos sociales distintos: la pobreza de Juan es manifiesta; la hidalguía de Ana supuesta y refrendada por el rango de sus parientes y actitudes sociales.


Los dos -y este hecho es comprobable- se habían educado con padres de la Compañía de Jesús, con colegio en Medina del Campo desde 1551. Calor está que de muy distinta forma: Juan de Yepes siguió studia humanitatis bajo la dirección del prestigioso humanista y pedagogo Juan Bonifacio: la ratio studiorum será una base inapreciable en su formación de futuro intelectual y la espiritualidad de la Societatis Iesus, de algún modo determinante o, al menos, coadyuvante en su vocación religiosa. Ana de jesús, mujer, al cabo, en una época de difícil acceso al saber sistemático, incluso para las mujeres pertenecientes a las clases elevadas, será, eso sí, adoctrinada y dirigida espiritualmente por un jesuita, el padre Pedro Rodríguez. Justo la persona que la iniciará en la práctica de los Ejercicios y que la pondrá en contacto con la Reforma del Carmen, con San José de Ávila y con Santa Teresa.