miércoles, 30 de junio de 2010


Es fama que, cuando le pedían que escribiese, solía responder, saliendo al paso con humor: "Escrita me vea yo en el libro de la vida que otros escritos no los apetezco" (Manrique 1632: lib. V, 356). Así, contrariamente a la tradición de la Descalcez femen ina marcada en su expresión literaria por el genial ejemplo de Teresa de Ávila, Ana de Jesús no escribió "la vida" que redactaron tantas monjas, infinitamente menos cultas y peor dotadas que ella en el manejo de la pluma, sabiduría doctrinal y
experiencias místicas, y cuando los maestros salmantinos Agustín Antolínez, Alonso Curiel, Antonio Pérez, Diego del Corral, que intuían su rara riqueza interior y admiraban su inteligencia y buen conocimiento de las Sagradas Escrituras, la invitaban a escribir sus memorias "para mayor gloria de Dios" (Manrique 1632: lib. V, 357), ella, declinando la proposición, contestaba siempre: "Harto buena estuviera la gloria de Dios, si llegara a necesitar de essas memorias" (Manrique, id.).

jueves, 24 de junio de 2010

Testigo hoy


El primer gran testimonio de Ana de Jesús es haberse identificado plenamente con una vocación que le llama a la amistad y comunión con Dios y con sus hermanos. Llamada profunda del ser humano para el que no pasan los años ni los siglos.
Ana es testigo del amor de Dios. Lo primero de todo es remarcar lo fundante en su vida: Dios, de quien sintió la llamada y por quien entró en el Carmelo. Recordamos como ella misma lo dice: “el tronco de todos es Dios, principalmente a Él hemos dado nuestros corazones”
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Ana es una mujer de profunda vida teologal. Así le habla a un amigo agobiado por sus problemas: “Sea, sea espiritual y acordárese en faltando almohada que no tuvo nuestro Maestro en qué reclinar su cabeza. Y ocupado en este santo pensamiento y otros semejantes, crea le proveerá Dios de todo lo necesario y sin milagro. Lo vemos si tenemos fe; y si desconfiamos, no bastan todas nuestras diligencias a procurarlo”
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Mª del Puerto de Jesús, ocd

miércoles, 16 de junio de 2010



"Ana de Jesús Lobera (5), primera priora de la Descalcez francesa, habia nacido en Medina del Campo, el 25 de noviembre de 1545. De familia hidalga y formación espiritual jesuítica -dos hechos que, a mi modo de ver, marcaron profundamente su personalidad-, pasó en Plasencia su juventud, adoctrinada por los Padres de la Compañía, en particular por el P. Pedro Rodriguez, hasta su ingreso en el Carmen de
Avila en 1570. Distinguida justamente por santa Teresa, desde el mismo momento de su conocimiento, convivió con ésta de manera estrechísima en los primeros años de su formación carmelitana, para muy pronto ser destinada a cargos de creciente responsabilidad. Maestra de novicias en Salamanca durante cuatro años. Priora de Beas durante ocho (6), llevará a cabo en 1582, junto a Juan de la Cruz -su tercer gran maestro-, la fundación de Granada (7), en la que permanecerá, al frente del priorato,
hasta 1586, fecha en que fundará, a su vez, en Madrid, el ansiado Carmelo de santa Ana,
asumido ya su papel de sucesora de santa Teresa en el Carmen descalzo (8)."



Pilar Manero Sorolla

viernes, 11 de junio de 2010


La famosa Mémoire del primer carmleo de París, cronológicamente convergente en su publicación con las dos anteriores, cierra el siglo XIX. De rica y valiosísima documentación, dedica a la etapa francesa de Ana de Jesús gran parte de sus páginas, aunque no siempre resulte coincidente con la presentación que de ella hace la historiografía belga, partiendo en sus apreciaciones de perspectivas distintas. Con todo, divergencias que, al centrarse preponderantemente en los asuntos de Francias y Flandes, no afectan al tema que tratamos.

sábado, 5 de junio de 2010

Encuentro de Sor Ana y Fray Juan de la Cruz en Mancera


"Allí se vio (Ana) la primera vez con el venerable Padre Fray Juan de la Cruz: allí se conocieron los caudales, se leyeron los corazones, se comunicaron los espíritus; y se vinieron, para lo restante de sus vidas, en vínculo de caridad indisoluble. Mucho habían dicho la Santa Madre a entreambos, a cada uno del otro; nada les pareció encarecimiento. Ambos hallaron lo que había creído, y algo más: y se pagaron muy vastamente en darse a conocer, lo que habían deseado conocerse. Alí repasaron los dos con gran fervor las liciones más altas de su Maestra (...) Allí a los rayos de las palabras de cada uno sintió el otro en su alma mas fervores. (II, II, 82-83)