sábado, 18 de junio de 2011


(parte 20)

Adelantamos que en al capítulo general de Madrid de 1588, Doria había instaurado en la orden del Carmen la llamada consulta como gobierno permanente de frailes y monjas. En su organizaci{on de la descalcez, cada vez m{as numerosa y más extensa y, que duda cabe, con nuevos problemas de gobierno, la consulta estaba destinada a juzgar todos los problemas de las comunidades, a la vez que poseía poderes para nombrar priores y prioras, predicadores y confesores, disponiéndose así a controlar, de alguna manera, las conciencias, y determinando, asimismo, el destino y la permanencia de los religiosos en cada convento.
La "gran máquina" como, muy significativamente, la llamará María de la Encarnaci{on (Salazar), centralizaba el Carmen descalzo, supeditando totalmente las descalzas, pioneras y alma de la reforma, a los frailes. Mermaba, además, de manera sensible, los más justos y esenciales derechos de las monjas en relación a su propia dirección espiritual: la libertad de confesores: el antiguo caballo de batalla de Teresa de Jesús. La regla y las constituciones se desfiguraban y el auténtico espíritu teresiano como forma de vida y muerte podía eclipsarse, como se eclipsaba su humanismo: la gracia de la reforma iniciada en 1562 en San José de Ávila.
Ana de Jesús fue consciente de las acontecimientos que agudamente se perfilaban y de sus eminentes y dolorosas repercusiones. Desde Lisboa, Jerónimo Gracián, el antiguo provincial destituido y María de San José (Salazar), la priora amiga, no dejaron de advertirla del peligro que corría la descalcez. No creo que la instigaran, como se ha sostenido, Ana poseyó para bien o para mal, una personalidad muy poco dúctil; nada influenciable. Sencillamente conulgaba con las ideas y el espíritu de los mas dilectos hijos de Santa Teresa. Con el mejor estilo teresiano consultó el particular con téologos y letrados. Acudió a los amigos de siempre: Domingo Báñez, Teutonio de Braganza, Luis de León.
Incluso, falta de la astuta manera de ser de su madre fundadora, parece que manifestó al propio Doria sus intenciones: la petición a Roma en 1590 del mentado breve, bien llamado Salvatoris, que confirmase las leyes, herencia de Santa Teresa, y que desde el principio de la reforma habían aprobado todos los capítulos y todos los superiores que había tenido la descalcez.
Antes, en 1588, a manera de defensa o de indirecta oposición, había hecho reimprimir en Madrid las Constituciones de Alcalá, promulgadas por la fundadora en 1581; las que el breve quería defender y que Ana defenderá, conservará y seguirá siempre.