sábado, 11 de diciembre de 2010

Parte 8

Tenían, pues, muchos puntos en común en el pasado y, sobre todo, un destino de unión en el futuro, en parte determinado por la reformadora. Sin lugar a dudas, fray Juan, en 1578, era valorado por Santa Teresa a causa de su sólida formación teológica y por su santidad ya patente. Pero es obvio que para las grandes tareas del gobierno, y aun para espejo del alma, la madre fundadora prefirió con mucho a Gracián, desde que le conociera, precisamente en Beas, en 1575. Jerónimo de la Madre de Dios, joven y fascinante maestro en teología por la Universidad de Alcalá, predicador elocuente y elegante, unía a sus muchas cualidades, tanto intelectuales como espirituales, la del ser hijo y hermano de un secretario de Felipe II, que antes lo había sido del emperador Carlos V. Seguramente representó para Santa Teresa un magnífico puente hacia la corte y hacia el rey. Juan de la Cruz, en cambio, no pareció o no se quiso ver apto, en muchos años, para el desempeño de los altos cargos. Así que, en parte por decisión de la orden, en parte por propia vocaci{on, se retiró y postergó al futuro santo a los confines de Sierra Morean, paraíso entonces de los anacoretas que tras las disposiciones tridentinas iban integrándose en órdenes contemplativas como la del Carmen, pero bastante lejos de los centros de influencia, intriga y poder.

En ese sentido, tampoco la priora de Beas, con ser la más sobresaliente hija de Santa Teresa, fue en el fondo -y en la superficie- su preferida. Si nos atenemos a las dos únicas cartas conservadas, de entre las muchas que escribió la fundadora Ana de Jesús, la primera, en parte, comentada; la segunda, terrible, fechada en Burgos, el 30 de mayo de 1582 y que atañe a las vicisitudes que tuvo que afrontar Ana de Jesús en la fundación del Carmen Descalzco de Granada y que no gustaron a la hasta entonces abanderada de todas las fundaciones femeninas, no podemos inferir que la madre reformadora sintiese por Ana especial debilidad ni incondicional simpatía.

Se puede objetar, disculpando al virulencia de la última epístola, que la riñe tanto porque la quiere mucho y entonces hay que reparar que mucho también quiso a María de San José y que en la correspondencia que intercambia con ésta, la madre se complace y se deleita. Ambas, Ana de Jesús y María de San José, habían acompañado a Santa Teresa en su primera y última expedición a Salamanca, la otra desde Malagón, pero en el reparto de los prioratos andaluces, Teresa de Jesús acabo adjudicando Sevilla a la "monja letrera" y deuda de los duques de Medinaceli, a la que, posteriormente, en carta fechada en Burgos, el 17 de marzo de 1582, siete meses antes de su muerte, declara como sucesora. Para Ana de Jesús, destinó el retirado convento de Beas del Segura, que habría de ser luego, pero sólo diez años después, el puente hacia Granada, y desde 1758 espacio de privilegio para el conocimiento a fondo del segundo descalzo de la reforma.