sábado, 23 de mayo de 2009

Capítulo II

AVILA

EL CARMELO DE SANTA TlRlSA

1. Avila

Algunos días después de su entrada en San José de Avila, posiblemente algunas semanas, pues no tenemos fechas exactas, llegaba de Toledo la Reformadora que había querido darse una vuelta por Avila antes de volver a Salamanca, dondo había decidido hacer una fundación; y pasaría en el monasterio, como dos meses, antes de ponerse de nuevo en camino.

Estos dos meses bastaron ampliamente a la Fundadora para hacerse un juicio cabal de su flamante novicia e introducirla en el espíritu de su Reforma. Se recordará que la aceptó, aún antes de haberla visto, como a su futura ayudante.

El encuentro confirmó de tal modo su juicio anticipado, que la Santa no dudó en acortar bastante, si no de derecho, al menos sí de hecho, el noviciado de Ana de Jesús asociándola a la nueva fundación y confiándole un cargo importante antes de que fuera profesa.

Santa Teresa tuvo que dejar de nuevo su convento de Avila para ir a Salamanca donde, en 1570, funda un Carmelo en la festividad de Todos los Santos. Ana de Jesús permaneció algún tiempo más en Avila a la espera de órdenes de la Madre Fundadora.

Entretanto, fue admitida en Avila otra postulante. Otra Ana, pero muy simple ella, e incluso analfabeta, dedicada de siempre a humildes tareas. Sin embargo, era alma muy elevada en la contemplación divina y favorecida desde la infancia con gracias de elección. ¿Cómo no hacer notar en paralelismo la trayectoria de estas dos carreras? Salidas ambas del primer monasterio de la Reforma Teresiana, cada una seguirá la línea de su propia personalidad. A veces, colisionarán en sus itinerarios.

El comportamiento humano de una será, en ocasiones, incomprensibles para la otra. Pero se reencontrarán en lo sobrenatural para terminar sus vidas apoteósicamente entre nosotros (los belgas); la primera fundando el Carmelo de Bruselas y el de Amberes la otra: Ana de Jesús y la Beata Ana de S. Bartolomé.

La Fundadora no tardó en llamar, desde Salamanca, en donde había tomado posesión de una casa, bastante miserable, a su novicia. Para la nueva fundación hizo venir tres profesas de Medina del Campo y tres novicias de Avila. Esto era algo excepcional ya que la Santa no llamaba, habitualmente, a las novicias a participar en sus fundaciones. Es bastante probable que derogara esta costumbre, en tal ocasión, en vista de la formación de Ana de Jesús a quien apenas llegada a Salamanca, le confió el caigo de Maestra de Novicias por más que ella misma también fuera novicia; porque de otro modo, este cargo no hubiera podido ser ejercido al no encontrar religiosas profesas. Ana y sus dos compañeras se pusieron en camino, no se sabe qué día preciso, pero sí que era de invierno.

Las dificultades del camino no arredró al grupo a pasar por Mance-ra, a donde había sido trasladado el primer convento de los Carmelitas de la Reforma Teresiana. Ana de Jesús habló aquí, por vez primera, con S. Juan de la Cruz. Aunque jamás se habían visto, tenían sin embargo mutuas noticias de si mismos por intermedio de la Santa Fundadora que había confiado a ambos, por separado, cuanto pensaba de ellos. Por lo demás, y a pesar de notables diferencias, estaban hechos para entenderse; el futuro lo probaría muy bien. Y, por otra parte -en el plano de la unión divina—, ¿coma no iban a entenderse con media palabra estas dos almas? Ana de Jesús ha dejado dicho de este encuentro en Mancera: "Los dos Padres (los dos primeros Carmelitas Descalzos: San Juan de la Cruz y Antonio de Jesús) nos pusieron al tanto de lo que nuestra Madre Teresa de Jesús les había mostrado y enseñado; y nos dijeron muchas otras cosas concernientes a la Reforma"

Esta mujer de 55 años (en la foto tiene 67), minada y sostenida, a la
vez, por la contemplación; sola, haciendo frente a todo y a todos,
consigue fundar una obra que, tras cuatro siglos de duración, sigue
aún sin cambios esenciales. Construia en la precariedad a base de
ingenio y de oración y pasaba, de una a otra región, animada por el
deseo de la gloria de Dios; creando núcleos de oración mental donde
se amase el Amor. Aún hoy "desde lo alto del cielo", sigue centrali
zando en su espíritu y corazón las inquietudes materiales y espiri
tuales de sus Carmelos extendidos por todas las latitudes de la tierra.

jueves, 14 de mayo de 2009


Capítulo II
AVILA
EL CARMELO DE SANTA TlRlSA
1. Avila


Ana Lobera es recibida en el monasterio de S. José de Avila por la sobrina de Santa Teresa, M. María de S. Jeró-nimo que, en ese momento, lo gobierna en ausencia de la Reformadora.
La postulante pidió y obtuvo, al día siguiente de su entrada, vestir el sayal carmelitano. Quiso llamarse Ana de S. Pedro por su gran fervor al Santo Apóstol; pero le fue sustituido por el de Ana de Jesús, nombre que la misma Santa habíale propuesto en una carta enviada desde Toledo.
En este monasterio de Avila la joven encontró tan a medidade sus deseos lo que buscaba que, desde los primeros díasse sintió muy a gusto. No encontró dificultad alguna enadaptarse a los rigores de la observancia regular ni a lapráctica de la oración mental.

Después de todo, ¿no estabapreparada, desde hacía mucho tiempo, por su vida de penitencia y de oración?
Aquí era menos difícil que en elmundo donde, en la vida de a diario, a veces exigente, le erapreciso tener que aceptar el diferir, con bastante frecuencia,las ocasiones de oportuno retiro para la meditación.,Aquítampoco tenía necesidad de ocultarse: bastaba con entraren el ritmo de una vida ordenada, hora por hora:
de talmanera que en el monasterio todo giraba en torno a laoración interior. Con sus manos que, a decir de Manrique "eran despreciadoras del trabajo", por lo incansables; con un físico habituado desde la infancia a someterse a las más duras exigencias de la voluntad; con un alma remontada ya, según el testimonio del propio confesor, a los grados de la elevada vida contemplativa, ¿cómo iba a sentir la menor desorientación en esta Comunidad del Carmelo?
Ni inadaptación... ni dificultad.


Y, no obstante, fue cuando le sobrevino la prueba tal vez más inesperada: sintió hambre. No debemos aminorar esto porque fue realmente una grande tentación. Nos preguntaremos extrañados: ¿por qué esta prosaica exigencia de la naturaleza en la "Reina de las mujeres", en esta contemplativa elegida de antemano por la misma Santa como su colaboradora? Acaso fue para que, desde su entrada en el Carmelo, aprendiera el gran principio del buen sentido teresiano: es necesario apoyar firmemente en el suelo los dos pies, a pesar de todos los arrobamientos. Tan atormentada fue por el hambre, que no pudo ocultársele a la Hermana cocinera; quien obtuvo de la Priora, sin que la novicia lo supiera, poner en el refectorio, debajo de su servilleta, una ración más de pan.


Este detalle, en los comienzos de la Reforma Teresiana, dice mucho y, demuestra, a su vez, que no se hacía en balde el voto de pobreza. En el monasterio de S. José de Avila se contentaban, a veces, por todo alimento, con un huevo a la hora del almuerzo. Y los otros conventos, ya fundados en esta época, no parecen haber sido más favorecidos. Añadíase a esto, la tan precaria instalación de todas sus fundaciones. Cualquier casa, algo espaciosa, bastaba para su adaptación. La Fundadora medía de un vistazo" sus espacios y sus posibilidades: un aposento se convertía en Capilla, un cuchitril en coro, un desván en dormitorio corrido..., en espera, en ocasiones largas, del convento definitivo.


Una sola cosa interesa a Teresa de Jesús: fundar el pequeño núcleo de vida interior en cualquier ciudad o comarca donde fuera posible influir, dilatarse y echar profundas raíces. Las condiciones materiales eran, en ocasiones, increíbles. Baste pensar en la fundación del convento de Salamanca donde Ana de Jesús no tardará en residir. Santa Teresa ha contado en su libro de las "Fundaciones", la noche de pesadilla que pasó, en compañía de una sola religiosa, en la mala casucha de la que tomó posesión a disgusto de una contrariada patota de estudiantes.
Estos tiempos primitivos, de la Reforma de la Orden, fueron el verdadero milagro teresiano. Esta mujer de 55 años, minada y sostenida, a la vez, por la contemplación; sola, haciendo frente a todo y a todos, consiguió consolidar una obra que, tras cuatro siglos de duración, aún sigue sin cambios esenciales. Construía en la precariedad a base de ingenio y de oración y pasaba, de una a otra región de España, centralizando en su espíritu y en su corazón, las inquietudes materiales y espirituales de todos los monasterios que había fundado aquí y allá.


Por supuesto que todo esto se explica con la gracia de Dios bajo cuya moción Teresa trabajaba. Pero la gracia de Dios se servía también de ella como de un instrumento elegido. Teresa servíase, a su vez, de cierto clima de Conquista y heroísmo de la España de esos momentos. Así como España tuvo un puñado de conquistadores fascinados por la aventura, al mismo tiempo tuvo estos aventureros de la Fe y del Amor cuyas miradas se dirigían muchos más allá de los horizontes de los mares más lejanos. Abrasados con el fuego del Espíritu, nada les parecía imposible o dificultoso en demasía, por ganar almas para Cristo de sangrantes llagas, pero coronado, si bien fuera de espinas.


Dios había encontrado ciertamente a Teresa. Pero Teresa, encuentra también, cuando es preciso y en el momento oportuno, hijas y hermanas cuyas almas estaban dispuestasa todas las ascensiones. El acelerado ritmo de las almas que, a zaga de la Santa Fundadora, corrían por el Camino de la Perfección quemando etapas sin tomarse reposo alguno, correspondía también al acelerado ritmo de las Fundaciones. Si, entre las primeras Carmelitas Descalzas, se encontró alguna que descollara por encima de las demás, esa fue, por antonomasia, Ana de Jesús.
Su noviciado en Avila apenas sí duró. Y, como podemos suponer, no era ya una principiante, en los caminos del espíritu, al momento mismo de su entrada en él. Dijimos ya que las carillas manuscritas que llevó en su equipaje, contenían avisos orientadores de su Padre espiritual y algunas cartas de S. Juan de Avila. Sabido es que, la mayor parte de las mujeres, jóvenes y adultas, de entre las que Santa Teresa elegía las primeras Carmelitas de su Reforma, pertenecían a esos núcleos de vida interior que se encontraban con relativa frecuencia en la España católica de su época. Pequeños grupos similares de laicos, entregados a la práctica de la vida interior, se encontrarán, un poco más tarde, en la Francia hugonota donde, por lo demás, ya existían en tiempos de Santa Teresa, aunque sin tanta cohesión.
Lo que faltaba aún, a la novicia de Avila, era la formación teresiana, la introducción en la espiritualidad carmelitana descalza propiamente dicha. La ocupación de formarse en el perfecto espíritu teresiano, debió de suponerle un esfuerzo poco laborioso por su fervor y perfección traída del mundo, por su capacidad de asimilación, pero, sobre todo, porque la misma Santa Teresa se encargaría de mostrarle el objetivo a alcanzar y su camino.