martes, 27 de diciembre de 2011

Si mucho se habla de Santa Teresa, mucho se hablará también de la Madre Ana de Jesús, la cual es mujer de grande y rara virtud” .
(P.Andrés de Soto)
 
 

martes, 20 de diciembre de 2011


(parte 25)

Fundadora primero en París (1604) luego en Dijon (1605), pasará muy pronto a Flandes, en parte determinada por los dolorosos desacuerdos con los superiores franceses en relación a la interpretación y cumplimiento de las Constituciones primitivas; en parte por solicitud de la infanta Isabel Clara Eugenia, gobernadora de los Países Bajos, que la insta a fundar en Bruselas el Carmelo Real, donde, esencialmente, ha de permanecer hasta el fin de sus días.

Varias etapas de sucedieron, pues, en la vida de Ana desde la muerte de Juan de la Cruz en los treinta años que median hasta su propia muerte. La expansión de la obra de Santa Teresa, de la que se sentía continuadora, la abocó a la dinámica del viaje y a la novedad del cambio, acaso sólo exterior, pero, al cabo, realidad contundente, en el conocimiento de países extranjeros y gentes diferentes a las que conmúnmente había tratado en la primera mita de su existencia, menos agitada y más uniforme, profunda siempre, ampliamente marcada en su fase última por la amistad, dirección y magisterio de Juan de la Cruz.

Su responsabilidad y quehacer continuo como fundadora y priora centraron su atención también en estos años, y su espiritualidad, como de costumbre, irradió más allá de los espacios conventuales donde estuvo presente, en los que fue, acado aun sin querer, indiscutible centro.

¿Qué lugar e importancia asignar a Juan de la Cruz en el componente de esta irradiación por parte de la que fue en Andalucía su amiga, discípula y confidente? ¿Qué pudo representar para Ana en su formación espiritual carmelitana, conscientemente asumido o inconscientemente asimilado, el natural y cierto influjo, que, a su vez, proyectó en ella un religioso tan singular como Juan de la Cruz en los trece años vividos en relación y hasta en comunión continua? Es difícil de determinar porque los recuerdos de Ana parecen estar sellados por el silencio, y en este espacio en blanco que ella quiso que fuera su vida interior para la posteridad, hay escasa marcas "confesionales" que asignen directamente un lugar, nítidamente delimitado, a Juan de la Cruz en relación a sus propias vivencias espirituales, místicas, siempre veladas y guardadas en secreto.