viernes, 24 de abril de 2009


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La nota esencial de dicha dirección es incontestablemente de tal austeridad y rigor, que hoy tenemos que esforzarnos mucho para comprenderla. La vida de a diario la tenia repartida entre la oración, el trabajo para los pobres y la asistencia a los enfermos.

A esto añadía frecuentes y prolongadas mortificaciones que fácilmente inventaba.

Se nos habla de cilicios, de puntas de hierro, de punzantes cadenillas amén de los cuidados prestados a los enfermos más repugnantes cuyas purulentas llagas le revolvían el estómago.


La fama de su auténtica santidad habíase confirmado no sólo en el reducido entorno en donde ejercía su influencia -especialmente sobre dos primas suyas a las que estaba unida por una profundísima amistad— sino también en toda la ciudad.


Por una comunicación, transmitida al Sr. Obispo de Plasencia, aparece la joven como la que ha salvado a la ciudad de una catástrofe. Pero en la consideración y estima en que, tanto por los de cerca como por los de lejos era tenida, hay un matiz que conviene hacer resaltar: Ana no era para ellos de esas almas pequeñas y simples, a veces incluso poco dotadas de cualidades naturales, pero a las que una misteriosa comunicación con lo sobrenatural, hace familiares por ocultos designios de la Providencia.

En tales almas se olvida todo lo que en ellas hay de natural para no ver más que lo extraordinario y maravilloso, sin reparar en que sea o no verdadero. Jamás se pensó disociar en Ana Lobera sus evidentes dones sobrenaturales -hasta en grado extraordinario- de la eminente calidad de su personalidad humana.

No era tenida por "la vidente", "la curandera", "la beata";

tampoco se la llamaba la "santa", como es tradicional en semejantes casos.

Ana Lobera era conocida en Plasencia como "la Reina de las mujeres".