sábado, 5 de marzo de 2011


Parte 12


Sin duda Beas y la comunidad descalza dirigida por la madre Ana, representó para él un dulce bálsamo, especialmente contrastando el clima familiar con que le regalaban las monjas con el sufrido el año anterior en la cárcel conventual toledana. Es posible que ese calor de hogar espiritual sólo lo hubiese entrevisto fugazmente fray Juan en la Encarnación abulense. Pero si la atmósfera, en general, era allí tiernamente acogedora ¿quién de entre las monjas del idílico carmelo y, posteriormente, del otro no menos favorable de la capital granadina, en sus dos sucesivas casas, tenía la formación y la experiencia religiosa para alcanzar la altura y profundidad de sus posibles confidencias? Ana de Jesús, sin ser maestra en teología especulativa, unía a la buena disposición, para el diáologo del que, en especial hace gala en Beas-Granada-Salamanca, otro factor decisivo: estaba preparada para entender confesiones que, con todo, no creo que fueran totales.

Era inteligente, versada ya en el conocimiento y comentario de las Sagradas Escrituras con el que, posteriormente, asombrará a los maestros salmantinos: fray Luis, Báñez, Curiel. Poseía, además, el tesoro que más podía seducir a fray Juan: la experiencia interior, honda, rara y rica, de la "ciencia sabrosa" que la hacía, al cabo, maestra en teología mística.

No voy a explicar ahora las circunstancias que se dieron en Andalucía en torno a la redacción y comentario del Cántico, desde el cuadernillo-borrador traído por Juan de la Cruz desde Toledo, ni el papel decisivo que Ana de Jesús y las monjas que le rodeaban -Magdalena del Espíritu Santo, Francisca de la Madre de Dios, Catalina de Cristo y de la Cruz, Mariana de Jesús, Isabel de la Encarnación, María de la Cruz, Agustina de San José, María Evangelista, María de San Juan...desempeñaron como estímulo de la poesía sanjuaniana.

Fué papel sólo comparable con el poderosamente ejercido por la naturaleza circundante, la obra de Dios, que de tanto contemplarla y en la que de tanto ensimismarse, había penetrado el ser del poeta y emergía en su expresión literaria. Me gustaría solo recordar que las conversaciones e intercambios poéticos iniciados en el locutorio de Beas en el verano de 1578 asientan un hábito de comunicación intensa entre Juan y ana que culminará luego en Granada en el trienio de 1582-1585 en el que ambos son superiores de los respectivos conventos de frailes y monjas y la época sensiblemente más fecunda de la escritura y doctrina del santo, escritor, teólogo y místico.

Es el momento en que Ana de Jesús le pedirá con viva insistencia el comentario de Cántico, en principio explicado y comentado oralmente, que determina a Juan de la Cruz a reorganizar el poema y la declaración que concluye y entrega a Ana en Granada en 1584, juntamente a la dedicatoria famosa como prueba de afecto y reconocimiento del espíritu elevado de la priora amiga. Pues Cántico, aclara él mismo, no es para espirituales principiantes, sino para espíritus elevados.