martes, 3 de noviembre de 2009

ANA DE JESÚS, PROFETA DE AYER Y HOY



En Camino de perfección con Santa Teresa

Ana tiene 24 años. Es el 31 de Julio de 1570. Santa Teresa está en la fundación de Toledo, por lo tanto es recibida en el convento de San José de Ávila por la Madre María de San Jerónimo. Viste el hábito al día siguiente 1 de agosto y toma el nombre de “Ana de Jesús”.

Ya nunca más será “Doña”, esto en nuestra época puede parecer una tontería, pero hay que tener en cuenta que entonces muchos se arruinaban para poder “comprar” el mínimo título que le avalase como “cristiano viejo”. Ella quería ser “Ana de San Pedro” pero fue la misma Santa Teresa la que dio orden desde Toledo del nombre con el que será conocida internacionalmente esta intrépida carmelita. Nada más llegar, Ana sorprende a las monjas por su observancia, docilidad, sencillez y rendida obediencia, manifestando un cariño especial por las enfermas. Poco después regresa la Santa y se conocen personalmente.

Ana de Jesús se encuentra entonces no sólo con las Constituciones de la Santa, sino con el “camino de perfección”, libro de formación en los Carmelos. Puesto que el estilo de la Santa al escribir los libros es dialogal, podemos hacernos una idea de cómo fue formada la novicia Ana: la llaneza y falta de “ceremonias” con las que hablaban entre ellas, haciéndose preguntas, poniendo “peros”. También es muy probable que lea el libro de la Vida, pues la misma Santa lo recomienda al final de la 1ª redacción de “Camino”; aunque si no lo lee, seguro que les explicará la doctrina en él expuesto. Pero, por supuesto, su mayor fortuna es poder compartir con el “libro vivo” que es Santa Teresa, que les habla de su experiencia de Dios y que impulsa un modo de vida religiosa innovador, donde se compagina oración, soledad, comunión, amistad, trabajo...

Así Ana aprende que la oración es un don y un compromiso del orante, aprende el humanismo de Santa Teresa por el que luchará tras la muerte de la Santa hasta ser perseguida. En esta “escuela de vida”, “colegio de Cristo”, no mandan tanto las “normas” y las “asperezas” como una opción eclesial (sobre todo desde que en 1566 un predicador franciscano les abrió los horizontes a “las Indias”). Es fácil de imaginar el impacto que a la joven Ana le daría una comunidad sin diferencias sociales (ella que tanto había tenido que luchar por sus “resabios de hidalguía” en que había sido educada como mujer de familia noble venida a menos) y también impresiona que hiciese opción por una vida en la que todas eran iguales, en la que ella no tendría privilegios por ser de familia de “cristianos viejos”, en la que “todas han de ser amigas, todas se han de querer, todas se han de ayudar”. En estos monasterios lo importante no es la dote que aporta la que llega, sino la calidad de la persona, si es capaz de conocerse a sí misma, de vivir en comunidad, de orar y trabajar.

Descubre a un Dios que busca a la persona, que quiere su compañía, que no pide más que una mirada, una exigencia fruto del amor y de la gratuidad de Dios. Y aprende que la verdadera ascesis es una opción, “determinada determinación” por una Persona, que relativiza todo lo demás y que empuja al servicio; y la mortificación es una lucha contra la autosuficiencia por medio de la humildad, el desasimiento y el amor fraterno. Se encuentra una Santa muy humana: afable, alegre, sencilla y con un gran amor a la verdad. Todo esto lo integra intensamente en su persona. Vive entre personas vocacionadas, entusiasmadas por este nuevo camino que asimilan, comprometidas a fondo, que se ayudan a vivir esta vocación entre ellas. Son un grupito de mujeres orantes (todo un escándalo para la época), que se forman, que contrastan entre ellas...

El nivel de comprensión y asimilación del carisma de la Santa por parte de Ana debió de ser rápido y profundo, como los hechos van a ir demostrando. Enseguida se gana la confianza de Santa Teresa y, poco a poco, Ana irá desarrollando capacidades para las que está muy dotada y que su santa fundadora había captado en ella. De hecho, Ana también está especialmente dotada para la relación interpersonal, para los “negocios” y para la una relación con Dios profunda e intensa y es una mujer de extraordinarias cualidades sociales y religiosas.

Así la Santa sale de Ávila para la fundación de Salamanca (1 de noviembre de 1570) y desde allí designa a Ana de Jesús entre otras para que vayan. De camino, las novicias de Ávila pasan por Mancera, donde conocen a S. Juan de la Cruz y al P. Antonio de Jesús. Allí las monjas “sonsacan” a sus hermanos noticias y anécdotas sobre la Santa y los comienzos de ellos, pero desgraciadamente, no se sabe qué les contaron. Poco pudieron imaginarse entonces el nivel de amistad y de relación espiritual que tendrían San Juan de la Cruz y la joven novicia unos años más tarde. Pero sí le queda claro a la joven Ana, y así lo testifica años después, que la Santa fundó tanto a los frailes como a las monjas, que ambos son de la misma familia, hijos de la misma madre.

Esto no es algo superficial, pues este convencimiento es el que le impulsó a vivir en Andalucía una relación especial con ellos, de profundo compartir espiritual y también el que le lleva a luchar en Madrid, Francia y Flandes, por conservar esta herencia ante otros que querían imponer un rigorismo nada teresiano.

En la Pascua de 1571 en la recreación canta la joven Isabel de Jesús (Jimena) el famoso “Véante mis ojos/dulce Jesús bueno...” y ocurre uno de los más célebres éxtasis de Santa Teresa. Es Ana de Jesús quien la cuida. Cuando la Santa parte a Medina a arreglar unos asuntos deja por encargada de las novicias a la connovicia Ana de Jesús y recomienda a la priora (Ana de la Encarnación) consulte con ella los negocios del convento. Ciertamente Santa Teresa debió percibir la valía de esta mujer para encomendarle algo tan importante como la formación de las nuevas vocaciones cuando la misma Ana todavía no había realizado su profesión, y esto también nos sitúa en hasta qué punto Ana había interiorizado y asimilado el estilo teresiano.

Por frecuentes hemorragias en la boca, Ana ha de retrasar su profesión casi tres meses. Finalmente profesa el 22 de octubre de 1571. Entonces se repetía la formula de profesión hasta tres veces, Ana al ir a decirla por tercera vez queda arrobada. Por eso se mandó que la profesión no se emitiese públicamente sino en privado, en el Capítulo.
Tras su profesión, Ana continúa su labor de formar las novicias y en 1572 es nombrada sacristana y enfermera por orden de la Santa, para distraerla de su ensimismamiento interior. La Santa la hace compañera de celda (pues no había celdas suficientes), le participa sus secretos místicos, sus negocios, sus fundaciones, sus libros. Y así Ana es testigo del mandato por medio del P. Jerónimo de Ripalda y del comienzo de los primeros 9 capítulos de las Fundaciones.

La M. Ana declarará en el proceso respecto a esta relación entre ella y la Madre Teresa:
“ Conmigo, aunque indigna, se sabe la tenía muy estrecha y, de veinte años que vivió en estas casas de descalzas, la alcancé los once o más..., y de estos once o más años que digo la alcancé, algunos tiempos estuvimos juntas en algunos conventos durmiendo en una misma celda, y muchos días caminamos juntas, y hasta la última semana que vivió no cesó de escribirme, que lo hacía muy a menudo, y así pude saber mucho más de lo que he dicho ni se me acordará para decir de sus virtudes, que fueron infinitas”. Y también: “A la M. Teresa de Jesús traté con tanta familiaridad, que de vista y por escrito, de su propia letra, supe casi todas sus cosas, las cuales están declaradas en sus libros, que a ellos me remito en lo general”.

Es también en Salamanca donde se produce la simpática anécdota de la lluvia, en la cual ante el impertinente aguacero que impide la fiesta del traslado del Santísimo a la nueva fundación, Ana de Jesús entra a donde estaba la Santa y le dice “con determinación” que ruegue a Dios que deje de llover. La Santa muestra disgusto y le responde que lo pida ella. Pero deja de llover y entonces Ana le dice “Antes pudiera V.R. haber pedido esto a Dios; Váyanse todos, y déjennos aderezar la iglesia.- y añade - Y ella se fue riendo y se encerró en su celda”.Sus relaciones con Santa Teresa fueron privilegiadas. En una carta de la que hace cita Manrique dice que la Santa le escribió:
“ Hija mía y corona mía, no me harto de dar gracias a Dios por la merced que me hizo en traerme a vuestra reverencia a la religión” (Cta. 468). Aunque la autenticidad de la carta está más que puesta en duda, no tanto que esto haya sido así.El 24 de febrero de 1575 se erige el convento de Beas, primera fundación en tierras andaluzas. Santa Teresa no lo duda y elige como co-fundadora y priora a Ana de Jesús. Es de notar que entre las fundadoras también está María de San José. Por entonces llega noticia de que el libro de la Vida está en la Inquisición y la Santa se desahoga y consulta con Ana de Jesús. Al poco visita a Beas el P. Jerónimo Gracián y es allí donde se conocen personalmente este joven fraile y la Santa y donde ambos quedan prendados comenzando una profunda relación de amistad que duraría hasta la muerte de la Madre Teresa.
El 18 de mayo parte la Santa para la fundación de Sevilla, Ana y Teresa ya no se verán más. Le deja en recuerdo a Ana de Jesús su capa. Se escribirán mucho, pero por desgracia la M. Ana destruirá todas las cartas por indicación de la Santa en un momento turbulento, como ella misma recuerda con dolor. Bueno, todas menos una. Curiosamente no destruye la famosa “carta terrible”, que la Santa le escribe tras fundar en Granada por haber devuelto dos ancianas legas fundadoras a su convento y haber elegido “a su gusto” y sin tener en cuenta la obediencia. Aquí chocaron los criterios de dos fuertes caracteres: el de Teresa y el de Ana.

No se sabe si Ana cambió de opinión tras esta carta, pero sí cuestiona porqué la guardó.
Quizás fue porque ciertamente vio que se excedió y la quiso conservar como recuerdo y aviso para otras ocasiones. O bien pudo seguir creyendo que obró adecuadamente pues, desde el terreno podía discernir ella mejor que su fundadora. Aún así, es curioso que conservase la carta, ella que no guardó las que eran testimonio de la amistad y confianza que la Santa le tenía (de lo que se enorgullecía). Otro dato es que Juan de la Cruz conoció la carta (la misma Teresa así lo pidió) y no por ello perdió la Madre Ana un punto de valor para él.