martes, 27 de diciembre de 2011

Si mucho se habla de Santa Teresa, mucho se hablará también de la Madre Ana de Jesús, la cual es mujer de grande y rara virtud” .
(P.Andrés de Soto)
 
 

martes, 20 de diciembre de 2011


(parte 25)

Fundadora primero en París (1604) luego en Dijon (1605), pasará muy pronto a Flandes, en parte determinada por los dolorosos desacuerdos con los superiores franceses en relación a la interpretación y cumplimiento de las Constituciones primitivas; en parte por solicitud de la infanta Isabel Clara Eugenia, gobernadora de los Países Bajos, que la insta a fundar en Bruselas el Carmelo Real, donde, esencialmente, ha de permanecer hasta el fin de sus días.

Varias etapas de sucedieron, pues, en la vida de Ana desde la muerte de Juan de la Cruz en los treinta años que median hasta su propia muerte. La expansión de la obra de Santa Teresa, de la que se sentía continuadora, la abocó a la dinámica del viaje y a la novedad del cambio, acaso sólo exterior, pero, al cabo, realidad contundente, en el conocimiento de países extranjeros y gentes diferentes a las que conmúnmente había tratado en la primera mita de su existencia, menos agitada y más uniforme, profunda siempre, ampliamente marcada en su fase última por la amistad, dirección y magisterio de Juan de la Cruz.

Su responsabilidad y quehacer continuo como fundadora y priora centraron su atención también en estos años, y su espiritualidad, como de costumbre, irradió más allá de los espacios conventuales donde estuvo presente, en los que fue, acado aun sin querer, indiscutible centro.

¿Qué lugar e importancia asignar a Juan de la Cruz en el componente de esta irradiación por parte de la que fue en Andalucía su amiga, discípula y confidente? ¿Qué pudo representar para Ana en su formación espiritual carmelitana, conscientemente asumido o inconscientemente asimilado, el natural y cierto influjo, que, a su vez, proyectó en ella un religioso tan singular como Juan de la Cruz en los trece años vividos en relación y hasta en comunión continua? Es difícil de determinar porque los recuerdos de Ana parecen estar sellados por el silencio, y en este espacio en blanco que ella quiso que fuera su vida interior para la posteridad, hay escasa marcas "confesionales" que asignen directamente un lugar, nítidamente delimitado, a Juan de la Cruz en relación a sus propias vivencias espirituales, místicas, siempre veladas y guardadas en secreto.






domingo, 27 de noviembre de 2011


En pleno siglo XVI Santa Teresa supo rodearse de hombres y mujeres de gran altura humana y espiritual. Una de esas mujeres fue Ana de Lobera, conocida también por Ana de Jesús. Una mujer que buscó su lugar en la Iglesia y lo encontró en el carisma de Teresa de Jesús; que lo vivió a fondo y luchó por él en momentos de persecución e incomprensión.
Ella es también una profeta que defendió el don que el Espíritu había dado a la Iglesia con el carisma teresiano-sanjuanista ante quienes querían manipularlo o deformarlo. ¿Qué puede decir esta mujer del siglo XVI a los carmelitas de hoy? Como a todos los profetas, para entenderle mejor hay que conocer su situación histórica, por qué ideales luchó, movida por qué criterios, para que nos dé luz a los que hoy buscamos una fidelidad creativa discerniendo los signos de los tiempos.

lunes, 21 de noviembre de 2011


(parte 24)
LA MEMORIA DE ANA

El encarcelamiento de Ana de Jesús en la celda-prisión del Carmen de Madrid duró aproximadamente tres años, en la práctica hasta la muerte de Doria, el nueve de mayo de 1594. Durante el priorato de María de San Jerónimo (Dávila), traida desde Ávila por la acción de la consulta en 1591, tras la deposición de María del Nacimiento (Ortíz), el por entonces reciente general no se atrevió a apartar a Ana de la corte, donde gozaba de la protección y estima de personajes ilustres y poderosos, aunque careciese del favor fundamental del rey.

Luego, ella misma quiso recluirse en Salamanca, su convento de origen, en el que en seguida se granjeó el fervor de las monjas -pues muy pronto la eligieron por priora- y la admiración de los espirituales y letrados de la ilustre ciudad universitaria. El Carmen, sin embargo, siguió marginándola, propiciando a la vez su marcha a París en 1604 como fundadora de nuevos carmelos.

Pudo haber sido éste, y en verdad lo fue en la intención de la orden y del nuevo general descalzo, Francisco de la Madre de Dios, un destierro solapado de la ilustre carmelita. Pero por la ley de la compensación, la transformación y el esfuerzo, acabó siendo la proyección europea de Ana de Jesús, del teresianismo y, en gran medida y en un principio, de la obra literaria y doctrinal de Juan de la Cruz.

El caballero franco-español Jean de Quintanadueñas de Brétigny había solicitado ya, en 1587, descalzas españolas para fundar en Francia, apuntando a una en particular: María de San José (Salazar), por aquel entonces priora de Lisboa. Francisco de Sales, monseñor de Béllure, los doctores de la Sorbona Gallemant y Duval, Madame d'Acarie, dama piadosa del llamado "Paris devoto" y el propio Brétigny promovieron otra vez, en 1602, el asunto de las fundaciones francesas y, ante las reticencias de la Descalcez española, pidieron y obtuvieron, directamente del papa Clemente VIII, el breve que las autorizaba.

Pero María de San José había muerto desterrada en 1603 en el apartado convento de Cuerva. Los franceses -Brétigny, particularmente- lo sabían y no ignoraban los acontecimientos ocurridos en Madrid alrededor de 1591. Precisaban carmelitas de un determinado estilo y se fijaron en Ana de Jesús, quien accedió a sus ruegos en busca de nuevos horizontes para el Carmen primigenio y genuinamente teresiano, al que ella, pese a todo, no había renunciado.

sábado, 12 de noviembre de 2011

A Ana de Jesús de un devoto suyo


Fénix diurna quien ardiente llama

De vuestro Amado, allí abrazar os veo

y entre arabias aromas y fabeo

la vida renovaís en eterna fama.


 
La alada corte vuestro nombre aclama

Y para celebrar vuestro meneo

Con gloria eterna y celestial trofeo

El sacro esposo, por su esposo os llama.

 

Ya le gozaís en dulce lazo unida

Ya le veís cara a cara fin recelo

En perdurable y mejorada vida.

 
 
Y aunque trocaís el suelo

Vuestra suprema caridad no olvida

Las plantas que regasteís para el cielo.
 
 

viernes, 4 de noviembre de 2011

”Después de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, ninguna mujer puede compararse con Ana de Jesús, por el espíritu, por la oración y por la administración de negocios
(P. Tomás de Jesús)


lunes, 24 de octubre de 2011


(parte 23)

Pero en este año se sucedieron vertiginosamente tres papas en el solio pontificio, Greogorio XIV, Inocencio IX y Clemente VIII, que dejaron oficialmente en suspenso "el asunto de las monjas". Juan de la Cruz experimentó en este tiempo un creciente desacuerdo hacia la política religiosa movida por la Consulta y especialmente hacia su propulsor. El programa doriano de reglamentación ascética que en un principio parece haber cautivado al autor de las Cautelas y al amigo del cilicio, seguramente le hicieron suponer afinidades de espíritu que es muy posible que se desvaneciesen al comprobar que Doria, hombre de acción, rigor y ambición, justo carecía del elemento que para Juan era escencial razón de ser del Carmen: el espíritu interior y el gusto orientado hacia la vida contemplativa y la experiencia mística.

En el terreno de las particularidades, Juan de la Cruz llegó al límite del desacuerdo con Doria en dos puntos: la campaña de difamación vulgar y persecución cruel desencadenada contra Gracián, encaminada a su expulsión de la orden y el proyecto de dejación de las monjas al papa, por parte de los descalzos.

Sabemos, lo hemos adelantado, que Juan fue por ello destituido de todos sus cargos en capítulo de Madrid, en junio de 1591, y que murió en Úbeda del 13 al 14 de diciembre del mismo año. De no morir, hubiese corrido con la misma suerte que Gracián, porque se proyectaban contra él, de tan grande y antigua tradición como director y confesor de monjas desde la primera experiencia en La Encarnación abulense, calumnias parejas a las que habían sido esgrimidas contra el primer provincial, atizadas esta vez por la envidia del joven, flamante y recién promocionado definidor, Diego Evangelista, y que en este caso afectaron, entre otras. a las comunidades femeninas de Beas y Granada: los carmelos en donde Ana de Jesús había sido priora.

Las monjas pertenecientes a estos conventos quemaron entonces muchos papeles que acaso completan la obra conocida del escritor y téologo místico, o que nos fuesen preciosísimos para aclarar esta privilegiada amistad que, en sentido estricto, no concluye con la muerte de Juan de la Cruz, sino que continúa como relación de ausencia en el recuerdo, la acción y el silencio de ella, hasta su propia muerte acaecida en Bruselas el 4 de marzo de 1621.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Relación de Ana de Jesús con Santa Teresa



Desde el momento que la madreTeresa conoció a Ana de Jesús y vio en ella sus virtudes, pasó a ser su hija predilecta, que junto a María de San José, fueron los pilares de la santa en su vida y en su sucesión.

En Salamanca, Ana demostró sus dotes y así lo testimonia en sus "Dichos". Las relaciones privilegiadas que mantenía hacía ella tenían una nota espe
cial, hasta tal punto que cuando se le ofrece a la M. Teresa la fundación de Beas, en los confines de Castilla y retirada de las demás fundaciones, piensa en Ana, como pieza fundamental y la deja allí por Priora, porque sabe que va cumplir y de manera sobresaliente su cometido. Tampoco se olvida de María de san José, las tres coinciden en Beas, durante tres meses. María tenía el encargo de ser Priora en Caravaca (Murcia), pero tras demorarse las licencias, se la lleva la M. Teresa consigo a Sevilla, donde la deja por Priora, Eso fue el 18 de mayo de 1575, cuando vio por última vez a la M. Teresa.

Podía estar tranquila la M. Teresa, al dejar Andalucía en 1576 para partir de nuevo a Castilla, sabedora que los Conventos que se habían fundado allí, estaban en buenas manos.

miércoles, 31 de agosto de 2011


(parte 22)

 
Fray Luis de León fue entonces para Ana el apoyo moral que Juan de la Cruz no parecía estar dispuesto o no estuvo en condiciones de ser, convirtiéndose no sólo en su consejero, sino un ejecutor, muy pronto único del "breve de las monjas". La amistad de ambos se había ido consolidando poco a poco y aunque es parte procedía de herencia teresiana, se hizo conquista personal, primero con el ingreso de isabel Osorio, sobrina de fray Luis, en el carmelo de Santa Ana; luego, muy especialmente, en los años de preparación conjunta de la primera edición de las obras de Santa Teresa, de la que él se había encargado y que dedicó a la madre-priora.
El ya anciano profesor salmantino pasaba a ser ahora su representante en "el mundo" en el que ella, monja de clausura, no podía irrumpir, pero de cuyos actos y consecuencias, se responsabilizaba desde el claustro. Lo será abierta y públicamente hasta que Felipe II, por medio de sus consejeros, dicte sentencia y prohiba a fray Luis, pococ meses antes de su muerte, continuar en el caso.
La relación entre Ana y el viejo León, que dedicaba las últimas energías de su vida en la defensa de las descalzas, fue intensa, tanto que escandalizó a los doristas, siempre predispuestos a encontrar motivos de escándalo en las amistades heterosexuales de las monjas. Fué además, relación de consecuencias literarias: fray Luis reorganiza, prosigue y concluye en estos tiempos recios, también para él, su Libro de Job, y aunque no sabemos a ciencia cierta si ello fue enteramente a petición de Ana, a ella dedica la obra y así consta en su inicio.

Las alusiones al drama real, presente y vivo del que la dedicatoria es testimonio, y que ambos sufren, quiere ser asímismo un programa purificador en el sufrimiento gozoso, a la vez "nueva ciencia" de la paciencia -ya no del éxtasis místico- de la que también es maestra la carmelita admirada, ahora en su fortaleza, por el escritor agustino.

En abril de 1591, el breve Salvatoris concedido por Sixto V a las descalzas había sio revocado. Gregorio XIV otorgó un nuevo breve, punto intermedio entre las pretensiones de Doria y de Ana de Jesús.

sábado, 13 de agosto de 2011


(parte 21)

Como consiliario y primer definidor de la consulta, Juan de la Cruz en estos mismos años aprueba el sistema y colabora en la legislación y aplicación de sus determinaciones. Muchos son, en este sentido, los documentos que acreditan su presencia en la toma de las grandes decisiones de la "gran máquina". Y, entre asuntos de liturgia, rito y fundaciones, hemos de subrayar su participación en el premio de las nuevas Constituciones de 1590, como definidor primero. Son las Constituciones dorianas que se publicarán en 1592, después de su muerte.

Es de suponer que estos hechos distanciaran a Juan y a Ana de Jesús y, lógicamente, empaáran su amistad. No formaban parte del mismo bando, ni, aparentemente, querían el mismo Carmelo, y obrando en consecuencia, Juan de la Cruz no podía compartir lo que desde su punto de vista acaso llegase a calificar como rebeldía de Ana. Pues ¿hasta qué punto en estos años el confesor y director de descalzas consideró la penosa situación en que se estaba colocando a las monjas y la legitimidad de la petición de las que tenían valor para opinar y, manifestando oficialmente sus opiniones, llegar a Roma? Cierto que no todas las monjas querían lo mismo. Las descalzas estaban divididas y muchos conventos en bloque, por ignoranica temor o intimidación no apoyaron las solicitudes de Ana de Jesús para la descalcez femenina.

No sé si significativamente para el caso, María de la Encarnación (Bracamonte), priora de Segovia, donde Juan era confesor y prior de los frailes, permaneció fiel a Doria. ¿Implica el hecho consentimiento pleno por parte del director de conciencia de las descalzas al ideario del padre Nicolás de Jesús María o prudencia y respeto en no presionar a unas monjas, por él dirigidas, en un asunto en que podían salir malparadas?

Hay que reconocer que la posición y actitud de Juan ante Doria y, por lo tanto, ante Ana, fue perfilándose a medida que se desarrollaron los acontecimientos de la consulta y emergiendo la verdadera personalidad, ambiciosa y misógena, de segundo provincial del Carmen reformado. Pero, del mismo modo, hay que subrayar que en este umbral y tránsito hacia los nuevos tiempos recios para la Descalcez, Ana de Jesús necesitó apoyarse y depositar la confianza, que mal podía conceder ciegamente a un religioso, con el que la comunicación plena debió forzosamente de deteriorarse al mostrarse contrario en esos momentos, al menos formalmente, a sus más arraigadas y preciadas creencias en relación a la continuidad del genuino ideario marcado por Santa Teresa, en otro amigo con fe con ánimo de encabezar su defensa.


sábado, 30 de julio de 2011

Ana de Jesús y Fray Luis De León
Los años ochenta son época de grandes trabajos universitarios, tanto en la docencia de la cátedra de Biblia, y los actos extraordinarios, como atendiendo comisiones y encargos de gestión universitaria: reforma de los estudios de Gramática, reforma del calendario, pleito sobre los colegios mayores (que le llevan a ser recibido en audiencia por el propio rey Felipe II), censuras de libro, etc. Estos encargos le alejan cada vez más de la docencia, y le ponen en contacto con nuevas actividades y nuevas personas que llenarán los últimos años de su vida. Una de ellas es la Madre Ana de Jesús, sucesora de Teresa de Jesús al frente de las carmelitas descalzas. Ella le encarga a fray Luis que ponga orden en los papeles de la madre Teresa, y los prepare para la imprenta. Fray Luis llevará a cabo esa labor de editor y crítico textual, culminando con la edición de las obras de la Madre Teresa de Jesús en Salamanca, en 1588, a cargo del que ya es el editor de fray Luis, Guillermo Foquel.
Ana de Jesús es también la persona que le anima a retomar su comentario.

lunes, 18 de julio de 2011

Teresita y la Venerable Ana de Jesùs



"El día siguiente era el 10 de mayo, segundo domingo del mes de María, quizás aniversario de aquel día en que la Santísima Virgen se dignó sonreírle a su florecita...

A las primeras luces del alba, me encontraba (en sueños) en una especie de galería. Había en ella varias personas más, pero alejadas. Sólo nuestra Madre estaba a mi lado.

De pronto, sin saber cómo habían entrado, vi a tres carmelitas, vestidas con capas blancas y con los grandes velos echados. Me pareció que venían por nuestra Madre, pero lo que entendí claramente fue que venían del cielo.

Yo exclamé en lo hondo del corazón: ¡Cómo me gustaría ver el rostro de una de esas carmelitas! Y entonces la más alta de las santas, como si hubiese oído mi oración, avanzó hacia mí. Al instante caí de rodillas.

Y, ¡oh, felicidad!, la carmelita se quitó el velo, o, mejor dicho, lo alzó y me cubrió con él. Sin la menor vacilación, reconocí a la Venerable Ana de Jesús, la fundadora del Carmelo en Francia.

Su rostro era hermoso, de una hermosura inmaterial. No desprendía ningún resplandor; y sin embargo, a pesar del velo que nos cubría a las dos, yo veía aquel rostro celestial iluminado con una luz inefablemente suave, luz que el rostro no recibía sino que él mismo producía...

Me sería imposible decir la alegría de mi alma; estas cosas se sienten, pero no se pueden expresar... Varios meses han pasado desde este dulce sueño; pero el recuerdo que dejó en mi alma no ha perdido nada de su frescor ni de su encanto celestial... Aún me parece estar viendo la mirada y la sonrisa llenas de amor de la Venerable Madre. Aún creo sentir las caricias de que me colmó ...

... Al verme tan tiernamente amada, me atreví a pronunciar estas palabras: «Madre, te lo ruego, dime si Dios me dejará todavía mucho tiempo en la tierra... ¿Vendrá pronto a buscarme...?» Sonriendo con ternura, la santa murmuró: «Sí, pronto, pronto... Te lo prometo». «Madre, añadí, dime también si Dios no me pide tal vez algo más que mis pobres acciones y mis deseos. ¿Está contento de mí?» El rostro de la santa asumió una expresión incomparablemente más tierna que la primera vez que me habló. Su mirada y sus caricias eran ya la más dulce de las respuestas. Sin embargo, me dijo: «Dios no te pide ninguna otra cosa. Está contento, ¡muy contento...!»

Y después de volver a acariciarme con mucho más amor con que jamás acarició a su hijo la más tierna de las madres, la vi alejarse... Mi corazón rebosaba de alegría, pero me acordé de mis hermanas y quise pedir algunas gracias para ellas. Pero, ¡ay!..., me desperté...

¡Jesús!, ya no rugía la tormenta, el cielo estaba en calma y sereno... Yo creía, sabía que hay un cielo, y que ese cielo está poblado de almas que me quieren y que me miran como a hija suya...

Esta impresión ha quedado grabada en mi corazón. Lo cual es tanto más curioso, cuanto que la Venerable Ana de Jesús me había sido hasta entonces del todo indiferente, nunca la había invocado, y su pensamiento sólo me venía a la mente cuando oía hablar de ella, lo que ocurría raras veces.

Por eso, cuando comprendí hasta qué punto me quería ella a mí, y qué lejos estaba yo de serle indiferente, mi corazón se deshizo en amor y gratitud, y no sólo hacia la santa que me había visitado, sino hacia todos los bienaventurados moradores del cielo...

¡Amado mío!, esta gracia no era más que el preludio de otras gracias mayores con que tú querías colmarme. Déjame, mi único amor, que te las recuerde hoy..., hoy, sí, sexto aniversario de nuestra unión... Y perdóname, Jesús mío, si digo desatinos al querer expresarte mis deseos, mis esperanzas que rayan el infinito, ¡¡¡perdóname y cura mi alma dándole lo que espera...!!!"

sábado, 9 de julio de 2011


Cuando la M. Teresa, escribía el libro de Las Fundaciones, compartían celda en Salamanca y Ana estaba al tanto de todo lo que escribía la santa. Años más tarde, cuando le sorprendió la Inquisición a la santa por el libro de su vida, ésta le consulta a Ana. Ella era la mejor conocedora de la obra de Teresa.

jueves, 30 de junio de 2011


En la Pascua de 1571 en la recreación canta la joven Isabel de Jesús (Jimena) el famoso “Véante mis ojos/dulce Jesús bueno...” y ocurre uno de los más célebres éxtasis de Santa Teresa[10]. Es Ana de Jesús quien la cuida.

Cuando la Santa parte a Medina a arreglar unos asuntos deja por encargada de las novicias a la connovicia Ana de Jesús y recomienda a la priora (Ana de la Encarnación) consulte con ella los negocios del convento.

Ciertamente Santa Teresa debió percibir la valía de esta mujer para encomendarle algo tan importante como la formación de las nuevas vocaciones cuando la misma Ana todavía no había realizado su profesión, y esto también nos sitúa en hasta qué punto Ana había interiorizado y asimilado el estilo teresiano.

sábado, 18 de junio de 2011


(parte 20)

Adelantamos que en al capítulo general de Madrid de 1588, Doria había instaurado en la orden del Carmen la llamada consulta como gobierno permanente de frailes y monjas. En su organizaci{on de la descalcez, cada vez m{as numerosa y más extensa y, que duda cabe, con nuevos problemas de gobierno, la consulta estaba destinada a juzgar todos los problemas de las comunidades, a la vez que poseía poderes para nombrar priores y prioras, predicadores y confesores, disponiéndose así a controlar, de alguna manera, las conciencias, y determinando, asimismo, el destino y la permanencia de los religiosos en cada convento.
La "gran máquina" como, muy significativamente, la llamará María de la Encarnaci{on (Salazar), centralizaba el Carmen descalzo, supeditando totalmente las descalzas, pioneras y alma de la reforma, a los frailes. Mermaba, además, de manera sensible, los más justos y esenciales derechos de las monjas en relación a su propia dirección espiritual: la libertad de confesores: el antiguo caballo de batalla de Teresa de Jesús. La regla y las constituciones se desfiguraban y el auténtico espíritu teresiano como forma de vida y muerte podía eclipsarse, como se eclipsaba su humanismo: la gracia de la reforma iniciada en 1562 en San José de Ávila.
Ana de Jesús fue consciente de las acontecimientos que agudamente se perfilaban y de sus eminentes y dolorosas repercusiones. Desde Lisboa, Jerónimo Gracián, el antiguo provincial destituido y María de San José (Salazar), la priora amiga, no dejaron de advertirla del peligro que corría la descalcez. No creo que la instigaran, como se ha sostenido, Ana poseyó para bien o para mal, una personalidad muy poco dúctil; nada influenciable. Sencillamente conulgaba con las ideas y el espíritu de los mas dilectos hijos de Santa Teresa. Con el mejor estilo teresiano consultó el particular con téologos y letrados. Acudió a los amigos de siempre: Domingo Báñez, Teutonio de Braganza, Luis de León.
Incluso, falta de la astuta manera de ser de su madre fundadora, parece que manifestó al propio Doria sus intenciones: la petición a Roma en 1590 del mentado breve, bien llamado Salvatoris, que confirmase las leyes, herencia de Santa Teresa, y que desde el principio de la reforma habían aprobado todos los capítulos y todos los superiores que había tenido la descalcez.
Antes, en 1588, a manera de defensa o de indirecta oposición, había hecho reimprimir en Madrid las Constituciones de Alcalá, promulgadas por la fundadora en 1581; las que el breve quería defender y que Ana defenderá, conservará y seguirá siempre.

miércoles, 8 de junio de 2011

EL CAMINO DE ANA I


En el camino hacia el convento en julio de 1570 pasa por la ermita de Nuestra Señora del Puerto, distante una legua de Plasencia, a la que tenían gran devoción los antepasados de la familia Lobera, adonde ella había ido muchas veces descalza y rezando el rosario. Bajó de la cabalgadura a despedirse por última vez de la Santísima Virgen y pedirle su bendición con hartas lágrimas. Y aquí se cierra una parte de la vida de Doña Ana para comenzar otra: la de Carmelita Descalza.

sábado, 4 de junio de 2011


(parte 19)

Ponía los ojos en el verdaderamente Santo Fray Juan de la Cruz, de quien tenía tan grande experiencia, como satisfacción; y quien la San ta le había dado por Maestro. No trataba de faltar a la obediencia, quien procuraba más libre a su prelado; no intentaba vivir a sus anchuras, quien escogía por tal al hombre mas celoso y mas santo, que había en su religión (V, II, 323).
 O lo que es peor; echa mano de las narraciones sobrenaturales: horribles visiones habidas antaño, en la época granadina, premonitorias de las zozobras reales de los tiempos presentes y que ambos, Ana y Juan, experimentaron conjuntamente para reforzar, eso sí, un presagio que se verifica:
 De este parecer fue todo el Diffinitorio: solo al Venerable Padre Fray Juan de la Cruz le pareció demasiado rigor y quisiera se tomara otro expediente. Y vale disponiendo Dios a los trabajos que algunos años antes les había mostrado a él y a Ana de Jesús en la visión que tuvieron en Granada. Porque ese voto singular, favorable a las monjas, y por haberse sabido que era él, a quien ellas querían por comisario, le comenzaron a tener por cómplice en el Breve (V, II, 332).
 Pero aquí estamos ya en junio de 1591, en el capítulo celebrado en Madrid, en el momento de total desengaño y derrota de Juan de la Cruz. La oscuridad de la relaci{on, que aunque existiera, forzosamente fue relativa ausencia y crecientes distanciamiento -y que la historiografía antigua vela, silencia, tergiversa o ignora- se ubica con anterioridad a 1590: especialmente en el periodo comprendido en los dos años precedentes a este último.

martes, 31 de mayo de 2011


No fue Ana de Jesús escritora de grandísima vocación en un mundo, el teresiano, familiarizado con la literatura y en un círculo formado por eminentes escritores: santa Teresa, san Juan de la Cruz, Jerónimo Gracián, María de san José... y al que, por derecho propio ella perteneció.

Es fama que, cuando le pedían que escribiese, solía responder, saliendo al paso con humor: "Escrita me vea yo en el libro de la vida que otros escritos no los apetezco" (Manrique 1632: lib. V, 356)

lunes, 16 de mayo de 2011

(parte 18)

Estando en Segovia el padre fray Juan de la Cruz, tuvo aviso de este desconcierto de las monjas, y, aunque supo cuán pocas eran las autoras de ello, con todo eso le dio notable pena. porque como daño de hermanas nuestras, que tantas veces le había encomendado nuestra madrea Santa Teresa, le parecía que más que a otro le tocaba su reparo, y as+i en la oración pedía con gran eficaci a Dios lo remediase, y según después se conoció de sus palabras, fue certificado en ellas, que aunque el demonio había pretendido destruir la perfección de las religiosas por aquel camino, que no prevalecía contra ellas, porque las amparaba su divina providencia. (111,13,802)
Pese a que por su obra pasó, antes de ser publicada, la censura de los descalzos, seguramente temeroso de que los hechos narradas sobre Doria y su gobierno, fuesen distintos y contradictorios con respecto a lo que la historiografía oficial jabía relatado y sobre todo allado, sóloÁngel Maríquez, biógrafo de la Venerable, protegido de la infanta Isabel Clara, Eugenia, y, al cabo, general de otra orden, la de San Bernado, se atrevió a contar las historia de estos años, frente a la perspectiva, siempre relativa, de su biografiada y desde la posición espiritual y jurídica que ella quiso mantener en el Carmen. Lo asesoró y encauzó, y hasta yo diría que vigiló, para que así fuera, Beatríz de la Concepción (Zúñiga), compañera de Ana durante más de veinticinco años.
 
Pero a la hora de abordar vivencias, proyectos o acciones conjuntas de los antiguos priores de Granada, tantas veces unidos por su pluma en etapas anteriores de su existencia, y pese a contar con los muchos y vivos recuerdos de la mentada madre Beatríz, el biógrafo se circunscribe al relato de lo que, en principio, fue solo deseo de Ana, cuando en agosto de 1590, llega el breve de Sixto V: tener a Juan de la Cruz de comisario para las monjas:

viernes, 13 de mayo de 2011


En Camino de perfección con Santa Teresa

Ana tiene 24 años. Es el 31 de Julio de 1570. Santa Teresa está en la fundación de Toledo, por lo tanto es recibida en el convento de San José de Ávila por la Madre María de San Jerónimo. Viste el hábito al día siguiente 1 de agosto y toma el nombre de “Ana de Jesús”[2].
Ya nunca más será “Doña”, esto en nuestra época puede parecer una tontería, pero hay que tener en cuenta que entonces muchos se arruinaban para poder “comprar” el mínimo título que le avalase como “cristiano viejo”. Ella quería ser “Ana de San Pedro” pero fue la misma Santa Teresa la que dio orden desde Toledo del nombre con el que será conocida internacionalmente esta intrépida carmelita. Nada más llegar, Ana sorprende a las monjas por su observancia, docilidad, sencillez y rendida obediencia, manifestando un cariño especial por las enfermas. Poco después regresa la Santa y se conocen personalmente.

sábado, 7 de mayo de 2011


Desde primera hora, Santa Teresa se da cuenta de los dones que posee Ana, convivió con ella los primeros años de su formación carmelitana y hace su Profesión Religiosa el 22 de Octubre de 1571. Muy pronto le encomendará cargos de mucha responsabilidad.

martes, 3 de mayo de 2011

(parte 17)

Sabemos, además, siempre por la declaración de la citada monja del madrileño convento de Santa Ana, en el mismo proceso de beatificación y canonización de Juan de la Cruz y, naturalmente, dentro de los límites de fiabilidad de las declaraciones, que el futuro santo se despidió de las descalzas de Madrid antes de partir hacia La Peñuela en su último y definitivo retorno a Andalucía, como simple fraile, despojado de todos sus cargos y fugaces honores.
Al fin, se había opuesto a los designios de Doria, y en esta oposición, se unía de nuevo a Ana de Jesús, la priora del breve Salvatoris solicitado a Sixto V un año antes, seguramente ya presa en la cárcel conventual antes de que Juan dejara Madrid. De ahí, precisamente, que no esté claro que en esta última visita al carmelo de Santa Ana, hay podido despedirse de ella, ni que su amistad en estos últimos años, a pesar de las declaraciones aducidas, formuladas todas muy a posteriori con fines santificantes, hayan sido óptimas.
No pidamos a la historiografía antigua la aclaración de los hechos, ni noticias desveladoras en este sentido, ni en otros concernientes a la postura y actitud de Ana de Jesús en los años de la consulta. Obra de seguidores de Doria, los primeros biógrafos de Juan o historiadores del Carmen, los mentados José de Jesús María, Jerónimo de San José o Francisco de Santa María, prefieren presentar al primer general de la descalcez "como intérprete fiel del pensamiento teresiano" y a Juan de la Cruz como seguidor suyo.
A la priora de Madrid e impulsadora de la "rebelión de las monjas" optan por silenciarla. Y el breve, consecuencia de la rebelión, pasa a ser "obra del demonio". La historiografía antigua, incluso la ecuánime Vida, virtudes y milagros del santo padre Fray Juan de la Cruz de fray Alonso de la Madre de Dios, vela, pues, si la hubo, la relación personal entre Juan y Ana en este periodo y, en general -muy particularmente es el caso de José de Jesús María- construye el modelo doriano de santidad de Juan de la Cruz, ante tantas tribulaciones, en actitud orante: relación única con las prioras rebeldes, que no se nombran, pero entre las que está Ana:

domingo, 1 de mayo de 2011

Santa Teresa le llamaba “la capitana de las Prioras”.
No pudiendo sufrir tendencias que se apartaban del espíritu teresiano se marchó desde Francia a Bélgica. Trabajó para publicar en flamenco y latín las Obras de Santa Teresa de Jesús y gracias a ella los frailes ocd, entraron en Bélgica.


jueves, 21 de abril de 2011


(parte 16)

Suponemos que en Madrid, la buena relación de los antiguos priores granadinos debió continuar de manera estrecha, especialmente en los primeros años. Era, al cabo, un convento que en septiembre de 1586 fundan juntos, rodeados de la pompa real, el clamor popular y "cierto prodigioso resplandor", que la propia Ana describirá en su deposición en los procesos de beatificación y canonización de Santa Teresa, como manifestación divina de la importancia de la empresa en la que ambos participan:
(...) y algo de esto nos parece quiso el señor mostrar cuando vinimos a la fundación, que por habernos dicho querían personas graves hacernos recibimiento a la entrada de Madrid, nos detuvimos en un pueblo antes, tanto que llegamos víspera de Nuestra Señora de Septiembre a las nueve de la noche, y una legua o más de Madrid después de anochecido vimos todos los que íbamos, una luz tan grande que salía del cielo y daba sobre el circuito de los carros en que veníamos y de todo el campo que nos cercaba, como el sol, estando lo demás todo oscuro (,,,) (485-486)
Pero, en puridad, y a partir de este momento, apenas existen documentos que testifiquen la intensidad y la continuidad de una relación, por supuesto, existente; ni la frecuencia de un trato que, forzosamente, tuvo que ser esporádico: Juan de la Cruz volvió a Andalucía, fundó en Caravaca en 1586, continuó de prior en Los Mártires y asistió al capítulo de Valladolid en 1587, estableciéndose, posteriormente en Segovia como primer definidor y consiliario de la Consulta.
Es mas seguro que se carteasen, pero ninguna carta de Juan dirigida a la priora de Madrid ni a las monjas del convento de Santa Ana ha llegado hasta nosotros, como tampoco de Ana a us antiguo director. Es probable, igualmente, que Juan de la Cruz visitase a su antigua amiga con motivo de la celebración en Madrid del capítulo general de la reforma, en junio de 1588, y que incluso la confesase a ella misma y a sus monjas; algunas, Beatriz de Jesús (Cepeda) o Ana de Jesús (González), por ejemplo, antiguas dirigidas suyas en Beas y Granada. Es más, si hemos de creer a la mentada María de la Encarnación (Salazar) y fiarnos de su memoria, la relación fue entrañable e intensa:
Con quien mas familiarmente trato y comunico la Venerable Ana de Jesús su espíritu fue con nuestro fray Juan de la Cruz y el la tuvo en gran veneraci{on y respeto, y allí en Madrid confesándome yo con este nuestro santo me decía grandes alabanzas de nuestra Venerable Ana de Jesús y entre otras cosas me decía que en las partes y valor natural aún le parecía le había Dios dado algo mas que nuestra gloriosa Santa Teresa y que en lo sobrenatural no era menos (417),

sábado, 9 de abril de 2011



NUEVOS TIEMPOS RECIOS


(parte 15)


Pese a las rias experiencias personales y comunitarias conseguidas en los años vividos en tierras andaluzas, no siempre, ni mucho menos, sentidos como destierro, Juan y Ana -y he aquí otro punto de referencia que los une- no lograron vencer la nostalgia de su tierra de origen: desearon volver a Castilla y son varias las veces que podemos documentar lo que parece fue para ambos deseo intermitente. Ana de Jesús lo manifestará así a Santa Teresa, inmediatamente después de finalizar sus tres primeros años como priora de Beas. Juan hará lo propio, alternando su misión escencial de contemplativo-poeta y confesor de monjas -lectoras y copistas- entusiastas con otras crecientes actividades: el mencionado rectorado del colegio universitario de Baeza en 1579, sus primeros viajes a Castilla, cinco años despu{es de la escapada toledana, con asistencia al cap{itulo de Alcalá de 1583; la visita a Santa Teresa en Ávila para preparar la fundación de Granada -última entrevista de "los santos del Carmelo" y tan ambigua como decepcionante para poder sostener con un mínimo de certeza la creencia oficial y popular de una gran amistad mutua- el capítulo de Almodóvar en 1583; la fundación de Málaga y Córdoba, en 1585 yy 1586 respectivamente, o la asistencia al capítulo de Lisboa y su continuación en Pastrana en 1585, en el que, desplazando a Gracián, se proclama a Nicolás de Jesús Maria (Doria) segundo provincial de Descalcez.


La ascensión de Doria supuso el comienzo de una reorganización de la orden que, en un primer momento, elevó a Juan de la Cruz a un protagonismo que anteriormente nunca había tenido en el gobierno del Carmen, que se inicia en 1587 con el nombramiento en el capítulo de Valladolid como definidor y vicario de Andalucía y culmina en 1588 con su elección de primer definidor general, tercer consejero de la Consulta y superior de la casa generalicia de Segovia.


A decir verdad, también con la subida de Doria cobró Ana de Jesús una clara relevancia, pues fue el nuevo provincial quien la designó para fundadora y priora del primer carmelo de monjas descalzas de Madrid, tan largamente deseado por Santa Teresa. Volvió a Castilla, al más privilegiado lugar de influencias. Pero el camino desde Granada lo hizo, como ya indicamos, al menos en un buen trecho, con fray Juan de la Cruz, el amigo íntimo de Andalucía, la tierra que ella dejaba ya para siempre.

miércoles, 30 de marzo de 2011



Parte 14


Por descontado que el prólogo y la dedicatoria a Ana de Jesús se circunscriben, literiariamente considerados, a una tradición antigua de prólogos y dedicatorias, a una tópica poética, presumiblemente no desconocida por Juan de la Cruz y tras la que acaso escudó su falsa modestia. En este sentido, como también en el de la larga trayectoria de las amistades espirituales entre maestro y dirigida, con un precedente patrístico de primer orden en la epístola de San Jerónimo Ad Eustochium, Paulae filiam. De virginitate, no podemos por menos que recordar los casos más notables y más próximos a la propia experiencia y práctica sanjuanista. El alfabeto cristiano de Juan de Valdés, escrito en Nápoles en 1536 "para instrucción" de Giulia Gonzaga, realmente amiga y devota del "heterodoxo" español o el ejemplo ya mentado del Audi, filia, compuesto antes de 1539 a ruegos de doña Sancha Carrillo y a ella dedicado, en el contexto histórico de otras dedicatorias mucho más artificiosas y menos enraizadas en la amistad auténtica; en buena parte determinadas por la principalidad de la dama a quien van dirigidas. No creo que sea este último el caso que nos ocupa. La dedicatoria de Juan de la Cruz a Ana de Jesús, como la que posteriormente, le ofrecerá a la misma Ana fray Luis de León, encabezando su Libro de Job, obedece a una amistad auténtica y positiva, exponente, en ambos casos, de las vivencias íntimas y públicas de dos personas que, durante un trecho largo de su vida, caminan juntas, compartiendo objetivos y creencias, luchas y doctrinas, aficiones literarias y exposiciones poéticas. Sin alcanzar el emblematismo sacro de la unión entre Francisco y Clara de Asís, en el universo de las amistades espirituales entre personas de distinto sexo, la mantenida entre Juan de la Cruz y Ana de Jesús debe ubicarse en esta vía, bastante transitada, incluso en la propia orden del Carmen: la de espirituales que gozaron del conocimiento y vivencia de la diversidad sexual-humana, a la par que de la sexual-divina, seguramente impulsados por un deseo cristiano y universal de perfección psicológica, concretado en una relación, forzosamente heterosexual si se quiere complementaria y, eso sí, insuficiente, si se desea trascendida; si el deseo que la alienta es, además, escatológico.

martes, 22 de marzo de 2011


Parte 13

Para ello escribe Juan y Ana los representa:

Por tanto, seré bien breve: aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes, donde lo pidiera la materia y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos. Pero, dejando los más comunes, notaré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que han pasado, con el favor de Dios, de principiantes. Y esto por dos cosas: la una, porque para los principiante hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con V.R. por su mandado, a la cual Nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llenándola más adentro del seno de su amor divino (580).

Todas las biografías antiguas -y por supuesto modernas- del santo y la venerable, registran y explicitan lo que, corriendo el tiempo, ellas mismas fueron proyectando como "lugar común" en la vida de ambos y en su relación mutua. Ni siquiera José de Jesús María pudo en este punto eludir el caso ni silenciar el nombre, tantas veces callado, de la priora egregia que anda ya en 1628, fecha de la publicación de su Historia de la vida y virtudes del venerable P.F. Juan de la Cruz, no sólo mencionado en numerosos manuscritos, sino impreso en letras de molde de 1627, año de la edición prínceps española del Cántico Espiritual de los carmelitas del exilio. Lo menciona, eso sí, ni sin cierto desprecio:

Estando en este tiempo en Granada (se refiere a Juan de la Cruz), le importunó mucho la Madre Ana de Jesús, Priora del Monasterio de nuestras monjas de aquella ciudad, que le declarase aquella canción mística que había compuesto en la cárcel levantando en espíritu, que comienza: A donde te escondiste (XXXV,708).

sábado, 5 de marzo de 2011


Parte 12


Sin duda Beas y la comunidad descalza dirigida por la madre Ana, representó para él un dulce bálsamo, especialmente contrastando el clima familiar con que le regalaban las monjas con el sufrido el año anterior en la cárcel conventual toledana. Es posible que ese calor de hogar espiritual sólo lo hubiese entrevisto fugazmente fray Juan en la Encarnación abulense. Pero si la atmósfera, en general, era allí tiernamente acogedora ¿quién de entre las monjas del idílico carmelo y, posteriormente, del otro no menos favorable de la capital granadina, en sus dos sucesivas casas, tenía la formación y la experiencia religiosa para alcanzar la altura y profundidad de sus posibles confidencias? Ana de Jesús, sin ser maestra en teología especulativa, unía a la buena disposición, para el diáologo del que, en especial hace gala en Beas-Granada-Salamanca, otro factor decisivo: estaba preparada para entender confesiones que, con todo, no creo que fueran totales.

Era inteligente, versada ya en el conocimiento y comentario de las Sagradas Escrituras con el que, posteriormente, asombrará a los maestros salmantinos: fray Luis, Báñez, Curiel. Poseía, además, el tesoro que más podía seducir a fray Juan: la experiencia interior, honda, rara y rica, de la "ciencia sabrosa" que la hacía, al cabo, maestra en teología mística.

No voy a explicar ahora las circunstancias que se dieron en Andalucía en torno a la redacción y comentario del Cántico, desde el cuadernillo-borrador traído por Juan de la Cruz desde Toledo, ni el papel decisivo que Ana de Jesús y las monjas que le rodeaban -Magdalena del Espíritu Santo, Francisca de la Madre de Dios, Catalina de Cristo y de la Cruz, Mariana de Jesús, Isabel de la Encarnación, María de la Cruz, Agustina de San José, María Evangelista, María de San Juan...desempeñaron como estímulo de la poesía sanjuaniana.

Fué papel sólo comparable con el poderosamente ejercido por la naturaleza circundante, la obra de Dios, que de tanto contemplarla y en la que de tanto ensimismarse, había penetrado el ser del poeta y emergía en su expresión literaria. Me gustaría solo recordar que las conversaciones e intercambios poéticos iniciados en el locutorio de Beas en el verano de 1578 asientan un hábito de comunicación intensa entre Juan y ana que culminará luego en Granada en el trienio de 1582-1585 en el que ambos son superiores de los respectivos conventos de frailes y monjas y la época sensiblemente más fecunda de la escritura y doctrina del santo, escritor, teólogo y místico.

Es el momento en que Ana de Jesús le pedirá con viva insistencia el comentario de Cántico, en principio explicado y comentado oralmente, que determina a Juan de la Cruz a reorganizar el poema y la declaración que concluye y entrega a Ana en Granada en 1584, juntamente a la dedicatoria famosa como prueba de afecto y reconocimiento del espíritu elevado de la priora amiga. Pues Cántico, aclara él mismo, no es para espirituales principiantes, sino para espíritus elevados.

sábado, 5 de febrero de 2011


Parte 11


Pero Ana no sólo fue penitente, dirigida y discípula del confesor-superior-maestro, sino también amiga y confidente; tal vez un poco madre solícita y protectora, como lo testimonian algunos hechos reveladores; sin duda impulsadora de la organización de Cántico, de la escritura de las "declaraciones" y de la integración de la poesía y de los comentarios.

Acaso inspiradora de versos, y su propia experiencia mística materia del lirismo y reflexión de la teología mística del eremita del Calvario. Tuvo ocasión de hablar muchas veces con Juan de la Cruz, sin pausa y sin prisa, en los famosos fines de semana de Beas. A la par que San Juan, muchas más que lo hiciera la propia Madre Teresa.

El tiempo y el espacio les fueron propicios para entablar un diálogo enriquecedor, contrapunteado por la vivencia del silencio y de la soledad, no menos preciada, y a la que ambos eran adictos. Se reconocieron como almas gemelas en cuerpos distintos; neutralizada la radical diferencia -ella tan alta y majestuosa, él tan pequeño e insignificante- por la identidad en el hábito y la semejanza en el proceder.

¿En qué medida Ana de Jesús se convirtió en estos años andaluces en confidente de Juan de la Cruz? Resulta difícil determinarlo con nitidéz, aunque sean varios los testimonios que poseemos que declaran haber existido entre ambos vivencias profundas compartidas que, más allá de la confidencia mutua, rayan y se adentran en el campo prodigioso de la profecía y el presagio.

Si, por ejemplo, hemos de creer a María de la Cruz en su declaración en el posterior proceso de beatifiación del santo, aun compartiendo los reparos que a las ciencias históricas pueda producri este tipo de deposiciones, antes de llegar a Beas fray Juan se dolía: " de no tener a nadie con quien comunicar su espíritu". ¿Quiere decir esto que a partir de entonces cesó el aislamiento en la vida espiritual del futuro santo? ¿Quién fue en realidad el confidente de fray Juan de la Cruz, si es que lo tuvo, en el sentido total, es decir, ofreciendo de sí mismo al otro la conciencia, la subconciencia y la ultra-conciencia?

viernes, 21 de enero de 2011


Parte 10

Con todo, no se puede asegurar que a partir del segundo encuentro de ambos, en el verano de 1578, fray Juan de la Cruz, haya sido el único confesor y director de espíritu de Ana de Jesús. Y basta, para dudar de ello, el propio relato que la descalza escribe sobre la fundación granadina en el que también nombre, como confesor suyo, al "Padre Maestro Ivan Baptista de Ribera de la Compañía de Jesús, con quien comunicaba todo lo que se me ofrecía en confesión y fuera de ella" o sus declaraciones en el proceso de beatificación y canonización de Santa Teresa en las que asimismo se refiere al Padre Juan Jerónimo, rector de los jesuitas del colegio de Granada.

Pero lo cierto es que con Juan de la Cruz entabló una amistad especial y profunda, de verdadera y delicada intimidad religiosa y humana, con vínculos fuertes y mutuo intercambio de pensamientos y experiencias. El fraile descalzo, con su probada inteligencia en la dirección y aplicación de métodos oracionales, pudo representar para ella un guía excepcional hacia la plena conciencia espiritual de sí misma. El universitario de Salamanca y Alcalá, con su sólido saber teológico, sería un punto de referencia seguro de orden doctrinal en el que confrontar sus propias experiencias místicas.