miércoles, 2 de mayo de 2012

(parte 28)

No pudo haber en el silencio de Ana, en la época del procesamiento para la beatificación y canonización de su antiguo confesor, reserva mental ante el carmelita auténtico, cuya personalidad sin duda acabó de perfilarse, revelarse y conocer en su verdad esencial y positiva en esta relación última de ausencia absoluta que mantuvo ella en su memoria ante la realidad inexpolorable y la distancia definitiva establecida por la muerte.

No debe descartarse, sin embargo, otra posible razón de callar, si no contraria a la humildad, de calidad diferente: la prudencia al pensar que acaso su testimonio pudiese ser inoportuno en la edificación de la figura santa de San Juan de la Cruz, que propiciab y programaba la orden con vistas a su canonización y beatificación. Sepultada por el Carmen había sido con su muerte la postura antidoriana del futuro santo: además de pasiva, forzosamente fugaz del final de sus días. Ella, en cambio, se había mostrado abiertamente “rebelde” ante la consulta instigadora activa y declarada del breve Salvatoris, continuando en 1618, en Bruselas, en el digno destierro en el que la amparab la Serenísima, ordenando su vida y su carmelo según las antiguas Constituciones de Alcalá.

¿Qué bien podía hacer en “la causa de fray Juan” su declaración, en el caso cierto de que hubiese sido requerida, en un proceso dirigido por una orden que no acababa de perdonarla a ella? ¿Acaso se le permitió volver a España cuando lo solicitó? ¿Qué se hizo por la propia memoria santa de Ana a su muerte, fuera del reducto de Flandes y del círculo de leales de Salamanca? ¿Por qué la olvidó Tomás de Jesús, tan pronto partió de Bruselas, él que en las honras fúnebres que siguieron a su muerte tanto la elogió desde el púlpito, en presencia de los archiduques? ¿No se aprestó la censura descalza, unos años después, a borrar de la “incontrolada” biografía de Manrique los puntos espinosos en el relato de los hechos acaecidos en Madrid en torno a 1591? ¿Quién hizo caso a Beatríz de la Concepción, promotora de su propio proceso de canonización y beatificación, a la muerte de Isabel Clara Eugenia?

La causa de Ana de Jesús estaba perdida en España. No creo que con su proverbial clarividencia ella ignorase en 1618 lo que su discípula y amiga descubriría con dolor luego, al volver a la patria. Su discreto silencio bien pudo estar determinado por la sospecha cierta de que, ante los padres de la orden, sus palabras, más que coadyuvar en la prosperidad del proceso de Juan, podían resultar impertinentes y hasta comprometedoras. ¿No había tenido hasta 1614, en la misma ciudad de Bruselas, en el vecino del ya anciano Gracián, como ella proscrito, para recordarle la angustia de las viejas calumnias, perpetradas también contra Juan de la Cruz y el peligro que tal vez pudieran representar sus declaraciones mal interpretadas?



martes, 7 de febrero de 2012


(parte 27)

Contrariamente a la tradición del Carmen femenino marcado en su expresión literaria por el genial ejemplo de Santa Teresa, Ana de Jesús no escribió "la vida" que redactaron tantas monjas, infinitamente menos culas y peor dotadas que ella en el manejo de la pluma. Sus cartas conservadas apenas nombran a Juan de la Cruz y el resto de sus pocos escritos, como la mentada crónica de la fundación granadina o su deposición en el proceso de canonización y beatificación de Teresa de Jesús, ya citada, lo hacen sólo puntual y lacónicamente.

El silencio fue tambien la respuesta que al parecer adoptó ante la perspectiva de una posible declaración suya en el propio procesamiento del santo que emprende la descalcez española entre 1614 y 1618. Es, al cabo, una actitud acorde con su personalidad de contemplativa profunda y auténtica, sin necesidad de contar ni contarse, acendrada, al final de su vida, por la sabiduría de la edad y la experiencia, pero de la que querrá justificarse ante su último confesor en Bruselas, Hilario de San Agustín, para que de este modo su callar pueda adquirir un sentido comunicativo, sino completamente inequívoco, al menos recto en su intencionalidad; Ana no quiso hablar de Juan de la Cruz para no hablar de sí misma. Pudo haber, sin embargo, otras razones, entre esta importante de la humildad, recordaba tradicionalmente por la mejor historiografía del Carmen, y de la que dejo escrito Fray Hilario."

El silencio es ambiguo y enigmático, infinitamente elocuente en el orden de la suposición e interpretaciónn en la medida que se intuye la importancia de lo callado. Y la relación entre Ana de Jesús y Juan de la Cruz fue una relación importante. Lejos están en 1614 los tiempos de los desacuerdos entre ambos, en esencia formales, de los años de la Consulta. La imagen de Juan, absolutamente ausente por la muerte en el vivir de Ana, de manera lógica, por sus peculiares características individuales y por la tendencia sicológica de idealización de los seres amados y desaparecidos, debió de engrandarse en su dimensión sobrenatural y estrictamente humana, depurada su conducta ambigua e indecisa de los años inmediatos al capítulo de Madrid de 1591, por su rectificación final, su destierro y desaparación.

miércoles, 4 de enero de 2012

Ana de Jesús, fundadora

Ana de Jesús lo fue en Beas, adonde llegó en compañía de Teresa de Jesús, y quedó de priora. Y lo fue en Granada, con el beneplácito de la Santa que se hallaba en la fundación de Burgos. Y en Madrid, ya muerta santa Teresa. Pero no cabe duda de que su gloria mayor es haber plantado el Carmelo en Francia y Flandes.

Ya se lo predijo el frailecito Francisco del Niño Jesús, ese que llamó a Ana de Jesús en frase castiza: «Un pedazo de madre Teresa»:

-No olvidéis -le dijo- que debéis ser en Francia lo que nuestra santa Madre ha sido en España.