viernes, 11 de diciembre de 2009

Los imperativos de la obediencia


La narración se abre con una brevísima introducción a manera de prologuillo (352) y se formula como epístola que escribe la madre Ana, fundadora y emisora del relato, a Jerónimo Gracián, provincial y receptor, al que se dirige con el tratamiento lógico de Vuestra Paternidad que repetirá con frecuencia. Escribe Ana porque la manda la obediencia, como hemos dicho, y, superponiendo a ese tópico tradicional, que aquí responde a un hecho cierto, el no menos repetido y doble de la humilitatis y de la captatio benevolentiae del lector, se disculpa, a la mejor manera teresiana, de las limitaciones que, en la exposición de los hechos, puede reservarle la memoria Mándame V.P. escriua la fundación de esta casa de Granada.


Como tengo tanta flaqueza de cabeca, estoy tan sin memoria que no se si se me ha de acordar: diré lo que me acordare. (352-353) La praeparatio inicial del relato, fechado en el convento de Beas en "el mes de Octubre de ochenta y cinco" (353) se remonta a los hechos acaecidos en otro octubre de 1582 y se configura con el encadenamiento de una serie de determinantes, lugares comunes en la crónica fundacional teresiana, que conducirán a Ana a aceptar la empresa. Los incentivos que se perfilan como positivos quedarán contrastados, en lucha interna a librar en la conciencia de la futura fundadora y priora, con factores negativos que su perspicacia profética adivina como probables.



Entre los primeros, la consabida invitación del superior —en este caso el padre visitador fray Diego de la Trinidad— por la que se salvaguarda ella de iniciativa alguna en el proyecto; seguida del requerimiento de "muchas personas graues y doncellas principales y ricas [que] lo pedían, ofreciéndole grandes limosnas" (353), punto económico de peso en las vicisitudes de una fundación que ha de realizarse y regirse en pobreza.


Entre los que la frenan, la sospecha cierta, como en la realidad y en el relato de tantas fundaciones teresianas, de la dificultad de la obtención de la licencia del arzobispo; más la irrupción de la verdad histórica justificativa: la superabundancia de conventos de pobreza en la ciudad, con el consiguiente recelo de las distintas órdenes religiosas ante una nueva fundación.
A mi me pareció (...) y ansi le dixe (...) que no habría nada de lo que dezian, ni el Arcobispo de alli daria licencia, para fundar monesterio pobre, donde tantos auia de monjas, que no se podían sustentar. (353)