viernes, 11 de diciembre de 2009

Los imperativos de la obediencia


La narración se abre con una brevísima introducción a manera de prologuillo (352) y se formula como epístola que escribe la madre Ana, fundadora y emisora del relato, a Jerónimo Gracián, provincial y receptor, al que se dirige con el tratamiento lógico de Vuestra Paternidad que repetirá con frecuencia. Escribe Ana porque la manda la obediencia, como hemos dicho, y, superponiendo a ese tópico tradicional, que aquí responde a un hecho cierto, el no menos repetido y doble de la humilitatis y de la captatio benevolentiae del lector, se disculpa, a la mejor manera teresiana, de las limitaciones que, en la exposición de los hechos, puede reservarle la memoria Mándame V.P. escriua la fundación de esta casa de Granada.


Como tengo tanta flaqueza de cabeca, estoy tan sin memoria que no se si se me ha de acordar: diré lo que me acordare. (352-353) La praeparatio inicial del relato, fechado en el convento de Beas en "el mes de Octubre de ochenta y cinco" (353) se remonta a los hechos acaecidos en otro octubre de 1582 y se configura con el encadenamiento de una serie de determinantes, lugares comunes en la crónica fundacional teresiana, que conducirán a Ana a aceptar la empresa. Los incentivos que se perfilan como positivos quedarán contrastados, en lucha interna a librar en la conciencia de la futura fundadora y priora, con factores negativos que su perspicacia profética adivina como probables.



Entre los primeros, la consabida invitación del superior —en este caso el padre visitador fray Diego de la Trinidad— por la que se salvaguarda ella de iniciativa alguna en el proyecto; seguida del requerimiento de "muchas personas graues y doncellas principales y ricas [que] lo pedían, ofreciéndole grandes limosnas" (353), punto económico de peso en las vicisitudes de una fundación que ha de realizarse y regirse en pobreza.


Entre los que la frenan, la sospecha cierta, como en la realidad y en el relato de tantas fundaciones teresianas, de la dificultad de la obtención de la licencia del arzobispo; más la irrupción de la verdad histórica justificativa: la superabundancia de conventos de pobreza en la ciudad, con el consiguiente recelo de las distintas órdenes religiosas ante una nueva fundación.
A mi me pareció (...) y ansi le dixe (...) que no habría nada de lo que dezian, ni el Arcobispo de alli daria licencia, para fundar monesterio pobre, donde tantos auia de monjas, que no se podían sustentar. (353)

sábado, 28 de noviembre de 2009

Mancera,..


A mediados de noviembre de 1570, Ana de Jesús, novicia todavía, en compañía de otras dos hermanas: Juana de Jesús y María de San Francisco, pasa por Mancera camino de Salamanca, donde habrá de permanecer por espacio de cinco años. Se trata, como se ha dicho, del primer encuentro entre San Juan y Ana y que éste describirá con detalle en 1597 en su declaración para la canonización de Santa Teresa, con miras puestas, lógicamente, en resaltar el magisterio de la fundadora sobre el segundo descalzo de la reforma:

(...) porque el mismo año que recibí el hábito ern Ávila, antes que profesase, me trajo nuestra Madre a las fundaciones de esta nuestra casa de Salamanca, y en Mancera, que está en el camino, estuvimos las que veníamos en el convento de los frailes descalzos, y nos mostraron y dijeron lo que nuestra madre Teresa de Jesús y su compañera Antonia del Espíritu Santo les había trazado y enseñado a componer en la fundación de aquel convento, en el cual estaban entonces los primeros descalzos que había habido, que era por prior el padre fray Antonio de Jesús, y por subprior el padre fray Juan de la Cruz, los cuales habían recibido todo el orden y modo de proceder que tenían de nuestra Santa Madre, y ella nos contaba con gran gusto las menudencias que ellos le preguntaban, y del aire que cinco años, poco menos, después que hizo la primera casa de monjas se los había Dios traído estos padres, y ellos en particular me dijeron a mí misma muchas cosas de las que en esto pasaban (I, 463-464).


fuente: por: María Pilar Manero Sorolla

domingo, 22 de noviembre de 2009

Ana de Jesús: el escrito y la escritora


.../No fue Ana de Jesús escritora de grandísima vocación en un mundo, el teresiano, familiarizado con la literatura y en un círculo formado por eminentes escritores: santa Teresa, san Juan de la Cruz, Jerónimo Gracián, María de san José... y al que, por derecho propio ella perteneció.


Es fama que, cuando le pedían que escribiese, solía responder, saliendo al paso con humor: "Escrita me vea yo en el libro de la vida que otros escritos no los apetezco" (Manrique 1632: lib. V, 356).


Así, contrariamente a la tradición de la Descalcez femenina marcada en su expresión literaria por el genial ejemplo de Teresa de Ávila, Ana de Jesús no escribió "la vida" que redactaron tantas monjas, infinitamente menos cultas y peor dotadas que ella en el manejo de la pluma, sabiduría doctrinal y experiencias místicas, y cuando los maestros salmantinos Agustín Antolínez, Alonso Curiel, Antonio Pérez, Diego del Corral, que intuían su rara riqueza interior y admiraban su inteligencia y buen conocimiento de las Sagradas Escrituras, la invitaban a escribir sus memorias "para mayor gloria de Dios" (Manrique 1632: lib. V, 357), ella, declinando la proposición, contestaba siempre: "Harto buena estuviera la gloria de Dios, si llegara a necesitar de esas memorias" (Manrique, id.).


fuente: María Pilar Mañero

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Carta de Santa Teresa a Ana de Jesús


Ana de Jesús recibe, en carta de 30 de mayo de 1582, palabras fuertes de Teresa, que quiere a sus descalzas libres, sencillas y sin pretensiones de un poder puesto al servicio de intereses propios:

"Yo lo he encomendado a nuestro Señor estos días (que no quise responder de presto a las cartas), y hallo que en esto se servirá Su Majestad, y mientras más lo sintieren, más; porque va muy fuera del espíritu de descalzas ningún género de asimiento, aunque sea con superiora, ni medrarán en espíritu jamás. Libres quiere Dios a sus esposas, asidas a sólo El, y no quiero que comience esa casa a ir como ha sido en Beas; que nunca me olvido de una carta que me escribieron de allí, cuando vuestra reverencia dejó el oficio, que no la escribiera una monja calzada…


… ¿Qué cosa es, madre mía, que se mire en si la pone el padre provincial presidente, o priora, o Ana de Jesús? Bien se entiende que, si no estuviera por mayor, no tenía para qué la nombrar más que a las demás, porque también han sido prioras. A él le han dado tan poca cuenta que ni sepa si eligieron o si no. Por cierto que me he afrentado que a cabo de rato miren ahora las descalzas en esas bajezas, y, ya que miren, lo pongan en plática, y la Madre María de Cristo haga tanto caso de ello; o con la pena se han tornado bobas, o pone el demonio infernales principios en esta Orden. Y tras esto loa a vuestra reverencia de muy valerosa, como si eso le quitara el valor. Désele Dios de muy humildes y obedientes y rendidas a mis descalzas, que todos esotros valores son principios de hartas imperfecciones sin estas virtudes.
fuente:

martes, 3 de noviembre de 2009

ANA DE JESÚS, PROFETA DE AYER Y HOY



En Camino de perfección con Santa Teresa

Ana tiene 24 años. Es el 31 de Julio de 1570. Santa Teresa está en la fundación de Toledo, por lo tanto es recibida en el convento de San José de Ávila por la Madre María de San Jerónimo. Viste el hábito al día siguiente 1 de agosto y toma el nombre de “Ana de Jesús”.

Ya nunca más será “Doña”, esto en nuestra época puede parecer una tontería, pero hay que tener en cuenta que entonces muchos se arruinaban para poder “comprar” el mínimo título que le avalase como “cristiano viejo”. Ella quería ser “Ana de San Pedro” pero fue la misma Santa Teresa la que dio orden desde Toledo del nombre con el que será conocida internacionalmente esta intrépida carmelita. Nada más llegar, Ana sorprende a las monjas por su observancia, docilidad, sencillez y rendida obediencia, manifestando un cariño especial por las enfermas. Poco después regresa la Santa y se conocen personalmente.

Ana de Jesús se encuentra entonces no sólo con las Constituciones de la Santa, sino con el “camino de perfección”, libro de formación en los Carmelos. Puesto que el estilo de la Santa al escribir los libros es dialogal, podemos hacernos una idea de cómo fue formada la novicia Ana: la llaneza y falta de “ceremonias” con las que hablaban entre ellas, haciéndose preguntas, poniendo “peros”. También es muy probable que lea el libro de la Vida, pues la misma Santa lo recomienda al final de la 1ª redacción de “Camino”; aunque si no lo lee, seguro que les explicará la doctrina en él expuesto. Pero, por supuesto, su mayor fortuna es poder compartir con el “libro vivo” que es Santa Teresa, que les habla de su experiencia de Dios y que impulsa un modo de vida religiosa innovador, donde se compagina oración, soledad, comunión, amistad, trabajo...

Así Ana aprende que la oración es un don y un compromiso del orante, aprende el humanismo de Santa Teresa por el que luchará tras la muerte de la Santa hasta ser perseguida. En esta “escuela de vida”, “colegio de Cristo”, no mandan tanto las “normas” y las “asperezas” como una opción eclesial (sobre todo desde que en 1566 un predicador franciscano les abrió los horizontes a “las Indias”). Es fácil de imaginar el impacto que a la joven Ana le daría una comunidad sin diferencias sociales (ella que tanto había tenido que luchar por sus “resabios de hidalguía” en que había sido educada como mujer de familia noble venida a menos) y también impresiona que hiciese opción por una vida en la que todas eran iguales, en la que ella no tendría privilegios por ser de familia de “cristianos viejos”, en la que “todas han de ser amigas, todas se han de querer, todas se han de ayudar”. En estos monasterios lo importante no es la dote que aporta la que llega, sino la calidad de la persona, si es capaz de conocerse a sí misma, de vivir en comunidad, de orar y trabajar.

Descubre a un Dios que busca a la persona, que quiere su compañía, que no pide más que una mirada, una exigencia fruto del amor y de la gratuidad de Dios. Y aprende que la verdadera ascesis es una opción, “determinada determinación” por una Persona, que relativiza todo lo demás y que empuja al servicio; y la mortificación es una lucha contra la autosuficiencia por medio de la humildad, el desasimiento y el amor fraterno. Se encuentra una Santa muy humana: afable, alegre, sencilla y con un gran amor a la verdad. Todo esto lo integra intensamente en su persona. Vive entre personas vocacionadas, entusiasmadas por este nuevo camino que asimilan, comprometidas a fondo, que se ayudan a vivir esta vocación entre ellas. Son un grupito de mujeres orantes (todo un escándalo para la época), que se forman, que contrastan entre ellas...

El nivel de comprensión y asimilación del carisma de la Santa por parte de Ana debió de ser rápido y profundo, como los hechos van a ir demostrando. Enseguida se gana la confianza de Santa Teresa y, poco a poco, Ana irá desarrollando capacidades para las que está muy dotada y que su santa fundadora había captado en ella. De hecho, Ana también está especialmente dotada para la relación interpersonal, para los “negocios” y para la una relación con Dios profunda e intensa y es una mujer de extraordinarias cualidades sociales y religiosas.

Así la Santa sale de Ávila para la fundación de Salamanca (1 de noviembre de 1570) y desde allí designa a Ana de Jesús entre otras para que vayan. De camino, las novicias de Ávila pasan por Mancera, donde conocen a S. Juan de la Cruz y al P. Antonio de Jesús. Allí las monjas “sonsacan” a sus hermanos noticias y anécdotas sobre la Santa y los comienzos de ellos, pero desgraciadamente, no se sabe qué les contaron. Poco pudieron imaginarse entonces el nivel de amistad y de relación espiritual que tendrían San Juan de la Cruz y la joven novicia unos años más tarde. Pero sí le queda claro a la joven Ana, y así lo testifica años después, que la Santa fundó tanto a los frailes como a las monjas, que ambos son de la misma familia, hijos de la misma madre.

Esto no es algo superficial, pues este convencimiento es el que le impulsó a vivir en Andalucía una relación especial con ellos, de profundo compartir espiritual y también el que le lleva a luchar en Madrid, Francia y Flandes, por conservar esta herencia ante otros que querían imponer un rigorismo nada teresiano.

En la Pascua de 1571 en la recreación canta la joven Isabel de Jesús (Jimena) el famoso “Véante mis ojos/dulce Jesús bueno...” y ocurre uno de los más célebres éxtasis de Santa Teresa. Es Ana de Jesús quien la cuida. Cuando la Santa parte a Medina a arreglar unos asuntos deja por encargada de las novicias a la connovicia Ana de Jesús y recomienda a la priora (Ana de la Encarnación) consulte con ella los negocios del convento. Ciertamente Santa Teresa debió percibir la valía de esta mujer para encomendarle algo tan importante como la formación de las nuevas vocaciones cuando la misma Ana todavía no había realizado su profesión, y esto también nos sitúa en hasta qué punto Ana había interiorizado y asimilado el estilo teresiano.

Por frecuentes hemorragias en la boca, Ana ha de retrasar su profesión casi tres meses. Finalmente profesa el 22 de octubre de 1571. Entonces se repetía la formula de profesión hasta tres veces, Ana al ir a decirla por tercera vez queda arrobada. Por eso se mandó que la profesión no se emitiese públicamente sino en privado, en el Capítulo.
Tras su profesión, Ana continúa su labor de formar las novicias y en 1572 es nombrada sacristana y enfermera por orden de la Santa, para distraerla de su ensimismamiento interior. La Santa la hace compañera de celda (pues no había celdas suficientes), le participa sus secretos místicos, sus negocios, sus fundaciones, sus libros. Y así Ana es testigo del mandato por medio del P. Jerónimo de Ripalda y del comienzo de los primeros 9 capítulos de las Fundaciones.

La M. Ana declarará en el proceso respecto a esta relación entre ella y la Madre Teresa:
“ Conmigo, aunque indigna, se sabe la tenía muy estrecha y, de veinte años que vivió en estas casas de descalzas, la alcancé los once o más..., y de estos once o más años que digo la alcancé, algunos tiempos estuvimos juntas en algunos conventos durmiendo en una misma celda, y muchos días caminamos juntas, y hasta la última semana que vivió no cesó de escribirme, que lo hacía muy a menudo, y así pude saber mucho más de lo que he dicho ni se me acordará para decir de sus virtudes, que fueron infinitas”. Y también: “A la M. Teresa de Jesús traté con tanta familiaridad, que de vista y por escrito, de su propia letra, supe casi todas sus cosas, las cuales están declaradas en sus libros, que a ellos me remito en lo general”.

Es también en Salamanca donde se produce la simpática anécdota de la lluvia, en la cual ante el impertinente aguacero que impide la fiesta del traslado del Santísimo a la nueva fundación, Ana de Jesús entra a donde estaba la Santa y le dice “con determinación” que ruegue a Dios que deje de llover. La Santa muestra disgusto y le responde que lo pida ella. Pero deja de llover y entonces Ana le dice “Antes pudiera V.R. haber pedido esto a Dios; Váyanse todos, y déjennos aderezar la iglesia.- y añade - Y ella se fue riendo y se encerró en su celda”.Sus relaciones con Santa Teresa fueron privilegiadas. En una carta de la que hace cita Manrique dice que la Santa le escribió:
“ Hija mía y corona mía, no me harto de dar gracias a Dios por la merced que me hizo en traerme a vuestra reverencia a la religión” (Cta. 468). Aunque la autenticidad de la carta está más que puesta en duda, no tanto que esto haya sido así.El 24 de febrero de 1575 se erige el convento de Beas, primera fundación en tierras andaluzas. Santa Teresa no lo duda y elige como co-fundadora y priora a Ana de Jesús. Es de notar que entre las fundadoras también está María de San José. Por entonces llega noticia de que el libro de la Vida está en la Inquisición y la Santa se desahoga y consulta con Ana de Jesús. Al poco visita a Beas el P. Jerónimo Gracián y es allí donde se conocen personalmente este joven fraile y la Santa y donde ambos quedan prendados comenzando una profunda relación de amistad que duraría hasta la muerte de la Madre Teresa.
El 18 de mayo parte la Santa para la fundación de Sevilla, Ana y Teresa ya no se verán más. Le deja en recuerdo a Ana de Jesús su capa. Se escribirán mucho, pero por desgracia la M. Ana destruirá todas las cartas por indicación de la Santa en un momento turbulento, como ella misma recuerda con dolor. Bueno, todas menos una. Curiosamente no destruye la famosa “carta terrible”, que la Santa le escribe tras fundar en Granada por haber devuelto dos ancianas legas fundadoras a su convento y haber elegido “a su gusto” y sin tener en cuenta la obediencia. Aquí chocaron los criterios de dos fuertes caracteres: el de Teresa y el de Ana.

No se sabe si Ana cambió de opinión tras esta carta, pero sí cuestiona porqué la guardó.
Quizás fue porque ciertamente vio que se excedió y la quiso conservar como recuerdo y aviso para otras ocasiones. O bien pudo seguir creyendo que obró adecuadamente pues, desde el terreno podía discernir ella mejor que su fundadora. Aún así, es curioso que conservase la carta, ella que no guardó las que eran testimonio de la amistad y confianza que la Santa le tenía (de lo que se enorgullecía). Otro dato es que Juan de la Cruz conoció la carta (la misma Teresa así lo pidió) y no por ello perdió la Madre Ana un punto de valor para él.

martes, 6 de octubre de 2009

"ANA DE JESÚS, Profeta de ayer y de hoy"


En pleno siglo XVI Santa Teresa supo rodearse de hombres y mujeres de gran altura humana y espiritual. Una de esas mujeres fue Ana de Lobera, conocida también por Ana de Jesús. Una mujer que buscó su lugar en la Iglesia y lo encontró en el carisma de Teresa de Jesús; que lo vivió a fondo y luchó por él en momentos de persecución e incomprensión.


Ella es también una profeta que defendió el don que el Espíritu había dado a la Iglesia con el carisma teresiano-sanjuanista ante quienes querían manipularlo o deformarlo. ¿Qué puede decir esta mujer del siglo XVI a los carmelitas de hoy? Como a todos los profetas, para entenderle mejor hay que conocer su situación histórica, por qué ideales luchó, movida por qué criterios, para que nos dé luz a los que hoy buscamos una fidelidad creativa discerniendo los signos de los tiempos.



La vida de Ana de Jesús se abre en Medina del Campo el 25 de noviembre de 1545, ese mismo día es bautizada con el nombre de Ana de Lobera y Torres, aunque no se conoce el acta de bautismo. Es hija de Don Diego de Lobera y doña Francisca de Torres. Sus padres son conocidos entre la nobleza española, pero tienen escasas rentas. Tiene un hermano mayor: Cristóbal de Lobera, que más tarde será jesuita. A los pocos meses de nacer la pequeña Ana, muere su padre.
Quedó “sordomuda” hasta los 7 años (quizás por el trauma de la muerte de su padre, no se puede saber). Para sorpresa de todos, de pronto rompe a hablar y, enseguida, aprendió a leer y escribir con rapidez, demostrando una vivaz inteligencia. Ese mismo año recibe la primera comunión.


Al cumplir los nueve años muere su madre y los dos hermanos quedan bajo la tutela de su abuela materna. La niña Ana tiene el mismo impulso que Santa Teresa y acude a una imagen de la Virgen María y le ruega que en adelante sea su Madre. Desde su infancia tenía gran devoción a la Virgen a la que rezaba el Oficio parvo. También por entonces tomó la costumbre de rezar un Avemaría de rodillas cuantas veces se despertase por la noche.


A los diez años hace voto de castidad pero su abuela, que quería que se casase, invalida la promesa como tutora; sin embargo, la niña siguió firme en su propósito y dijo que si no era posible por sus pocos años, lo renovaría todos los días hasta que tuviese la edad para hacerlo perpetuo. Vemos ya aquí el germen de su tenacidad insobornable de la que más adelante hablaremos.


1560, Ana tiene 15 años. La joven Ana tiene aventajado ingenio, bondadosa austeridad de carácter, apacible condición, discreta y extraordinaria hermosura. Ana es una joven libre, no quiere someterse a un obligado matrimonio, por muy ventajoso que se lo pinten. La abuela debía de insistir tanto que finalmente, para evitar los pretendientes, se va junto con su hermano a vivir a Plasencia con la abuela paterna. Pero su otra abuela también quiere casarla y le rodean (de nuevo) los pretendientes. Ana ya no tiene “escapatoria”, ni a donde ir.


Pero toda su vida demostrará saber salir airosa de situaciones límite, y esta energía ya la tenía entonces Ana de Lobera. No queda más remedio que hacer algo público que deje bien claro su opción. A finales de año es la fiesta de primera misa de un joven sacerdote de la familia en Plasencia. Ana se cree con derecho de decidir por sí misma su futuro en la vida, pero ya debe de temer que su abuela acabe comprometiéndola sin su consentimiento así que aprovecha la ocasión para presentarse vestida de penitente y no tener que volver a discutir su futuro religioso con la familia.


En 1561 hace voto de entrar en la religión más estrecha y promesa de no darse gusto en nada.
Sin embargo, no se precipita. Vive en Plasencia 10 años (1560-70). Durante este tiempo ella vivió en intensa oración y penitencia. Empleaba las tardes en los hospitales cuidando a las mujeres enfermas y daba a los pobres cuantas limosnas podía. Si le quedaba algún rato hacía encajes y ropas de iglesia.


Doña Ana no vive su inquietud religiosa a solas, convivía con un grupo de jóvenes de la familia, todos con ansias de consagrarse a Dios; su hermano, que entró jesuita en 1560 y dos primas: María de Lobera que entró en Salamanca como Carmelita Descalza (1572) y María de Cabreras en las Clarisas de Plasencia influenciada también por el buen ejemplo de su prima. Así se inicia en algo tan teresiano como unir amistad con vocación y tener un grupo de contraste.


Ana de Lobera se pone bajo la dirección de Pedro Rodríguez, fundador del reciente colegio de la Compañía en Plasencia. La Compañía de Jesús era la corriente más nueva e innovadora en la Iglesia y en España. El P. Pedro es un hombre adornado de letras y virtudes (“espiritual y letrado”, que diría la Santa). Ana se hace “beata de la compañía” (1562) y bajo esta dirección va adelantando en la práctica de las virtudes, fervor y perfección.


Como Ana tenía “resabios de hidalguía”, su director le mandaba cosas que le fuesen limando esto, y le mandó obedecer en todo a su prima María (también dirigida de él) para poder trabajar este aspecto. Cada vez tiene más claro que desea ser monja, pero no se hace religiosa por no encontrar un convento a su propósito, evidentemente no por falta de monasterios, sino por falta de identificación vocacional con las opciones que había.


Pero en 1569 el P. Pedro es destinado a Toledo y allí conoce las fundaciones que por entonces andaba realizando la madre Teresa de Jesús y al año siguiente avisa a su dirigida contándole un resumen de la regla y Constituciones. Doña Ana responde que lo trate él con la Madre Teresa, para que le indique el lugar donde quiere que ingrese.


La Santa la admite, le manda curarse de la enfermedad que tenía (fiebre cuartana o malaria) y que se venga a la fundación que quiera, aunque le recomienda Ávila por ser ella allí priora. Quedaba el impedimento de sus dos abuelas, que se oponen a la vocación de Ana, pero ambas mueren en breve (en marzo y mayo).


En el camino hacia el convento en julio de 1570 pasa por la ermita de Nuestra Señora del Puerto, distante una legua de Plasencia, a la que tenían gran devoción los antepasados de la familia Lobera, adonde ella había ido muchas veces descalza y rezando el rosario. Bajó de la cabalgadura a despedirse por última vez de la Santísima Virgen y pedirle su bendición con hartas lágrimas. Y aquí se cierra una parte de la vida de Doña Ana para comenzar otra: la de Carmelita Descalza.


Por Mª del Puerto de Jesús, ocd
Publicado en Revista de Espiritualidad



viernes, 19 de junio de 2009



Su formación de Carmelita Descalza fue esencialmente obra personal de Santa Teresa. Y se efectuó en una intimidad muy excepcional. También se puede afirmar con toda certeza, que la Santa Reformadora, desde esa época, la asoció a todos sus planes. Era fácil la mutua unión y comprensión en la luz infusa de sus maravillosas inteligencias y de sus corazones entregados por completo a una misma empresa. Ana decía de la Santa -hablando de los tiempos de Salamanca:
"La intimidad con que me trataba era hasta el punto de tenerme al tanto de todos sus asuntos, ora por mis propios ojos, ora por sus propias palabras o por los escritos de su mano. En fin, estaba al corriente de casi todo lo que hacía".


(Declaración de Ana de Jesús).


La Madre Teresa tuvo tiempo disponible en Salamanca para apreciar las cualidades naturales y espirituales de su discípu-la. Estuvieron frecuentemente, una y otra, al borde, valga la expresión, del arrobamiento en el curso de sus coloquios en la intimidad de una celda común.
Por otra parte, la Santa captó muy pronto que Ana era habilísima y juiciosa en los asuntos temporales de sus afanes de Fundadora y la catalogó tan altamente, que le encomendó la formación de las novicias y recomendó a la Priora que, cuando ella estuviera ausente de Salamanca, tuviera en cuenta el parecer de Ana de Jesús en todos los asuntos de importancia.
Si la Santa no hubiera estado completamente segura de su perfecta obediencia y de su fidelidad a la Santa Regla y Constituciones como también de su humildad a toda prueba, ésta no hubiera osado confiar cargos tan destacados a una religiosa apenas ingresada en la religión, ni le hubiera asignado un papel tan importante en la orientación de una Comunidad recientemente establecida. Imaginemos, pues, cuál no debió ser la humildad de la novicia que no pasa desapercibida, que tenía que dar consejos, en los casos apurados, a las Superioras y a la que "Dios no llevaba por las vías ordinarias de la meditación".


Afincada realmente en Dios, la contemplación la sustrajo, más de una vez, al mundo de lo visible. La Comunidad no ignoraba esto. Durante una dolorosa visión, compartida con Santa Teresa, fue tan violento el ímpetu de su alma que su físico no lo resistió y razones entregados por completo a una misma empresa. Ana decía de la Santa -hablando de los tiempos de Salamanca:
"La intimidad con que me trataba era hasta el punto de tenerme al tanto de todos sus asuntos, ora por mis propios ojos, ora por sus propias palabras o por los escritos de su mano. En fin, estaba al corriente de casi todo lo que hacía".
(Declaración de Ana de Jesús).
La Madre Teresa tuvo tiempo disponible en Salamanca para apreciar las cualidades naturales y espirituales de su discípu-la. Estuvieron frecuentemente, una y otra, al borde, valga la expresión, del arrobamiento en el curso de sus coloquios en la intimidad de una celda común.


Por otra parte, la Santa captó muy pronto que Ana era habilísima y juiciosa en los asuntos temporales de sus afanes de Fundadora y la catalogó tan altamente, que le encomendó la formación de las novicias y recomendó a la Priora que, cuando ella estuviera ausente de Salamanca, tuviera en cuenta el parecer de Ana de Jesús en todos los asuntos de importancia.
Si la Santa no hubiera estado completamente segura de su perfecta obediencia y de su fidelidad a la Santa Regla y Constituciones como también de su humildad a toda prueba, ésta no hubiera osado confiar cargos tan destacados a una religiosa apenas ingresada en la religión, ni le hubiera asignado un papel tan importante en la orientación de una Comunidad recientemente establecida.


Imaginemos, pues, cuál no debió ser la humildad de la novicia que no pasa desapercibida, que tenía que dar consejos, en los casos apurados, a las Superioras y a la que "Dios no llevaba por las vías ordinarias de la meditación". Afincada realmente en Dios, la contemplación la sustrajo, más de una vez, al mundo de lo visible. La Comunidad no ignoraba esto. Durante una dolorosa visión, compartida con Santa Teresa, fue tan violento el ímpetu de su alma que su físico no lo resistió y en su interior algo se quebrantó dejándola tan enferma, que hubo necesidad de retrasársele la profesión religiosa.


Más tarde, el mismo día de su Profesión Religiosa, en octubre de 1571, no sólo la Comunidad, sino también todos los que desde afuera asistían a la ceremonia, conocieron los singulares favores con que fue colmada cuando, al pronunciar por tercera vez la fórmula de los votos, quedó como muerta, pero con el rostro radiante. Sucedió esto al mismo tiempo que Santa Teresa, ausente entonces de Salamanca, insertaba en las Constituciones de Alcalá:


"La Profesión no se hará en la reja sino en el Capítulo, en donde no se admita otras personas más que las religiosas del monasterio". Ana sufría, más que nadie, con estos favores que la singularizaban. Pidió, a causa de su mucha humildad, hacer la Profesión como Hermana lega mas la Comunidad, con muy buen sentido, le denegó la petición. Rogó también a Dios que la privase de favores visibles, y hasta suplicó a SantaTeresa le obtuviese de Dios esta gracia.


Pronto fue escuchada: privada de consuelos sensibles; sin sabor y sin luz, permaneció durante tres meses, en aridez de espíritu. ¿Comprendía ya el sentido de esa noche cuya naturaleza y necesidad San Juan de la Cruz mostraría más tarde?
Se tiene la impresión, al leer el libro de las Fundaciones, en la página dedicada a la de Salamanca, de que esta Comunidad fue del total agrado de Santa Teresa. El convento era pobre, la vida material difícil; pero bastaba, a la felicidad de las religiosas, tener allí el Stmo. Sacramento como afirma la misma Santa. Reinaba allí la alegría carmelitana de la Descalcez con descuido del futuro material; el único cuidado era el presente en Dios.


La madre Teresa amaba tanto esta Comunidad, en la que todas pensaban de consuno y vivían gozosamente en la mutua confianza de un trato auténticamente familiar, que pidió ser admitida en ella, en calidad de conventual, pero se le impuso asumir, por espacio de tres años, el tan delicado oficio de Priora en el convento, no reformado, de la Encarnación de Avila.


Ana de Jesús aprendió a vivir realmente la vida de familia de las Descalzas en Salamanca

donde pasó casi cinco años. Aquí conoce ese modo peculiar de ser que fue estilo de vida de la Reformadora y que sólo pertenece a ella: encarnada en lo humano al igual que en lo sobrenatural.
Un pequeño episodio que se sitúa en 1573, define perfectamente el tenor de su fe vivida. Teresa, Priora de la Encarnación desde hacía dos años y algunos meses, vino a Salamanca para negociar la adquisición de una casa donde pudiera trasladarse el nuevo convento.
Ya se había previsto fuera el día de San Miguel. Ahora bien, al anochecer de la víspera se puso a caer una lluvia tan intensa y torrencial, que inundó la Capilla cuya techumbre aún no estaba acabada. Veamos los términos en los que Ana de Jesús cuenta el suceso en su declaración jurada para la Beatificación de la Madre Fundadora:


"..., se echó a llover torrencialmente y la Capilla, adonde debía ser llevado el Stmo. Sacramento, estaba totalmente inundada por no estar aún acabada la techumbre. Parecía imposible entrar en ella y preparar, por la noche, los tres altares que habíamos proyectado. Eran ya más de las ocho de la noche. La Madre (Teresa) estaba con dos sacerdotes: Julián de Avila y el Licenciado Nieto, que era capellán de Nuestras Madres de Alba, así como también con los obreros. Todos estaban examinando qué partido convenía tornar.


En cuanto a nosotras, sólo deseábamos poder adornar la iglesia y no sabíamos qué hacer.
Entonces, entré conotras dos Hermanas y me dirigí resueltamente a la Madre diciéndole:
Madre, sabe muy bien la hora que es. Mañana,al amanecer, vendrá el pueblo.


¿Por qué no pide a Dios haga cesar la lluvia para que nos dé un espacio de tiempo

para componer los altares?

La Madre, al oírme hablar de maneratan decidida, se volvió a mi diciendo:

¡Pídaselo ella misma si le parece que una súplica debe ser tan presto escuchada!

Viéndola contrariada la dejé inmediatamente.

Apenas llegué al patio contiguo a la iglesia, levanté los ojos al cielo yle vi tan estrellado y sereno, que parecía que no había llovido desde hacía mucho tiempo. Al instante volví a la Madre y delante de todos los presentes le dije: Antes pudiera haber hecho esta súplica a Dios.

Ahora déjennos aderezar la iglesia. La Madre se alejó sonriente y se encerró en su celda.


Nosotras, puestas a la tarea, aderezamos la iglesia sin ser molestadas por el mal tiempo".
La Santa permaneció aún en esta nueva mansión unos cinco meses. En ella acabó la redacción de los siete primeros libros de las Fundaciones que había comenzado en el antiguo convento, en agosto de 1573. En marzo, del año siguiente, abandona para siempre Salamanca, para fundar en Segovia. Ana de Jesús permaneció algún tiempo más y, por lo que hemos dejado dicho, sabemos el importante puesto que ocupaba en la Comunidad.


A pesar del alejamiento físico de la Madre Teresa, el contacto con ella no se interrumpió por completo. Amén del intercambio de cartas que pudieran tener, Ana vivía plenamente el espíritu de Santa Teresa y ésta vivía en ella en una comunión, a menudo manifesta-mente extraordinaria.


Las Carmelitas Descalzas se movían, en esta época y en este medio, en el plano de lo sobrenatural sin apenas maravillarse de ello. Uno de los aspectos más extraordinarios de los primeros tiempos de la Reforma fue, sin duda alguna, la presencia casi constante de la Reformadora en los diversos grupos diseminados de la joven familia del Carmen. Las religiosas que tenían necesidad de su presencia la encontraban, sólo sabe Dios cómo, en el instante mismo que era necesaria.


Teresa, absorta en oración en Segovia, asistía, en Salamanca: "Si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe", a una novicia que agonizaba y moría gozosa confiando el secreto a Ana de Jesús. Fue ciertamente para Ana un tiempo feliz el de Salamanca. Aquí vivió tanto mejor y con tanta mayor alegría cuanto qué su prima preferida, María Lobera, vino a unirse a la Comunidad. Sin embargo, esta felicidad y paz apenas iba a durar. Ya, durante la ausencia de la Santa, fue puesta al corriente de los planes que de ella se hacía la Fundadora que se disponía a llamarla a otros trabajos.


No dejaría de entrever todo lo que se le quería imponer y, por eso, sintió miedo de lo que le aguardaba si bien, el nuevo confesor de las monjas, le predijo las cruces y sufrimientos que tendría que soportar. Tramitábase por este tiempo una fundación en Andalucía, en Beas, a donde sabía que Santa Teresa la llamaría para confiarle la dirección del nuevo monasterio. Una decisión de la Santa, fijó la salida para los primeros días de enero de 1575. Ana de Jesús dejó Salamanca para unirse con la Madre en Fontiveros y, por Toledo, proseguir con ella el camino hasta Beas.


NOTA:


1571.

Ana de Jesús hace su Profesión Religiosa en Salamanca.

Desde entonces su acertado juicio y sabiduría la hacen indispensable en la buena marcha

y gobierno del monasterio por indicación de la misma Santa Teresa.

sábado, 6 de junio de 2009


CARMELO DE SANTA TERESA
2. Salamanca


La formación teresiana de Ana de Jesús se completó en Salamanca donde permanecerá casi cuatro años, hasta su marcha a Beas a comienzos del 1575.
En cuanto a la Fundadora, que a la llegada^de la novicia se encontraba en la docta ciudad, pasó
largos meses, aunque con interrupción, por ser llamada, de vez en cuando, a Alba de Tormes y también al convento de la Encarnación de Avila. Nada empece que, aun en sus ausencias, permaneciera en estrecho contacto con su futura sucesora.
Entre ellas habíase formado, muy pronto, una intimidad de alma realmente extraordinaria y manifestada por hechos que no pueden explicarse por meras causas naturales.
Nosotros, que habitualmente no vivimos en ese plano, no comprenderíamos bien la comunión entre dos almas que se conocen y encuentran mutuamente en la unión divina. Nos equivocaríamos mucho, sobre la esencia de esta comunión de sus almas, si nos olvidamos situarla en el clima singular del proceder teresiano.


La gran Reformadora no era, ni mucho menos, una santa engreída, suponiendo que pueda darse tal santa. Por eso, todo el trabajo de formación y educación que había emprendido en este caso, lo envolvía en una atmósfera de auténtica ternura humana: una amistad muy sincera, a nuestra medida; con un matiz muy maternal en una y, muy filial, en la otra.

Como Salamanca. Ibérica, romana y cristiana. Conjunción de culturas y religiones que producen el asombroso humanismo cristiano de que gozó esta ciudad, mil veces celebrada por su Universidad, verdadero foco de cultura, cuando casi toda Europa yaci'a en prehistoria o en los tiempos llamados de hierro.


El n'o Tormes con sus cristalinas y saludables aguas es un remanso de paz que invita a la meditación y al pensar profundo. Tierra de santos, y grandes humanistas. Por ella pasaron y residieron (entre otros) Teresa de Jesús, Ana de Jesús, Fr. Luis de León, etc. . . Piedra, cielo y agua fugitiva la hacen eterna como su gloria inmortal de docta ciudad. (Los Traductores)»
la casa, totalmente provisional, era muy reducida y la Comunidad estaba compuesta por ocho religiosas, Santa Teresa compartía con Ana una misma celda. Solía ocurrir a la novicia sorprenderse cuando la Santa la miraba insistentemente y, entonces, la Madre decíale dulcemente: "Miróla, hija mía, porque la quiero mucho".


Al mismo tiempo le hacía crucecitas en la frente. Pero, en el fondo, ¿en qué consistió la formación teresiana de Ana de Jesús y qué aprendió ésta que ya no supiera? Aunque no se dice, no obstante, dada la mutua confianza en que vivían, Santa Teresa debió de servir su propia experiencia mística a la que su novicia, antes de su entrada en religión, tenía ya. Resulta increíble que la Santa no manifestara a esta alma, destinada a los grados más eminentes de la vida contemplativa, la luz y las directrices de la doctrina carmelitana teresiana, que ya había comenzado a poner por escrito y que S. Juan de la Cruz meditaba, al mismo tiempo también, codificarla.


A juzgar por ciertas apariencias, no resulta improbable pensar que Ana de Jesús concedía importancia en demasía, antes de su entrada en el Carmelo, al inflexible rigor de un ascetismo llevado al extremo que nos hace recordar su voto de: "No permitirse jamás en nada satisfacción alguna natural"; en tanto que para Teresa de Jesús (y esto nos consta), había siempre "un tiempo en que cuando perdiz... perdiz; y cuando penitencia... penitencia".(3)


En Salamanca y en intimidad con la Santa, Ana de Jesús comenzó a vivir realmente la justa medida teresiana: medida en la que los extremos se conjugan armoniosamente por el equilibrio conseguido en la libertad. No atarse a nada, ni incluso a los favores más altos, ni a las prácticas de mortificación cuya sed puede hacerse absorbente e inmovilizar el alma. Es la práctica de la verdadera "libertad de los hijos de Dios", con la que se puede usar de todas las cosas porque, en todas, encuentra a Dios, al no buscar en ellas más que sólo a El. Libertad que sólo pueden permitirse el lujo de vivirla aquellos a quienes el Amor hace salir sin cesar de su "yo", para tender hacia el "Otro", el Infinito.


El buen sentido teresiano es, a la vez: "Impulso de Amor sin medida" con muy rigurosa regulación de la razón y de su juicio. En esta pequeña e incipiente Comunidad, donde Ana de Jesús observaba la conducta de Santa Teresa "sicut oculi an-cillae in manibus dominae suae" (como los ojos de la mu-.. cama están átentela lo que hace su señora), la vio componer, al salir de un arrobamiento de dos días, las estrofas líricas de la "Glosa" pero, también, las admirables páginas llenas de moderación y de fina psicología, de Jas siete primeras Fundaciones.


Nos engañaríamos .si creyéramos que el singular afecto, que Teresa no temía manifestar a su novicia, le impedía conducirla con mano firme e incluso dura. Aunque conocía las dotes de su alma: la agudeza de su inteligencia y la fuerza de su voluntad, Teresa también sabía conducir a esas almas elevadas a los eminentes grados de la vida contemplativa. La misma Santa, en un texto célebre escrito en Salamanca y, por así decir, bajo la mirada de Ana de Jesús, afirma que en los primeros tiempos de su Reforma, sólo encontró, de entre todos los conventos, una religiosa que fuera llevada por el camino de la meditación ordinaria: las demás habían sido elevadas, por Dios nuestro Señor, a contemplación perfecta. (Fund. de Medina del Campo). Tal era el clima.


Santa Teresa tenía experiencia en conducir esta clase de almas y sabía lo que se les podía y debía exigir. Por eso, a pesar del afecto que dejaba entrever a su novicia y de la intimidad a la que le admitía no dejaba, sin embargo, de ejercitarla en la obediencia, virtud básica de la vida monástica y en la humildad. Abundan los detalles y baste, por todos ellos, saber que Ana jamás opuso la menor resistencia a las órdenes más intespectivas, ni jamás intentó la menor justificación de sus actos aunque fueron manifiestamente mal interpretados.


En resumen, todo esto no era más que fa moneda menuda de la formación teresiana. Santa Tresa no se limitaba, con toda seguridad, a sólo formar en la novicia una espiritualidad de principiante -ya no lo era- sino, mas bien, a mostrarle cómo se forman las almas avanzadas en la contemplación. Porque el designio de la Fundadora sobre Ana era muy claro: hacerla su ayudante, auxiliar y sucesora... Y sabemos bien, cuál era, a este respecto, el método de Santa Teresa. En su libro de las "Fundaciones" se encuentran estos admirables consejos a las Superioras y, coincidencia bastante notable, si estas páginas no se escribieron en Salamanca, con todo, se insertaron en el relato de esta fundación: la primera en la que Ana de Jesús participó casi desde los primeros días. (Fund. de Salamanca).


"Como hay diferentes talentos y virtudes en las Superioras, por aquel camino quieren llevar a sus monjas. La Priora muy mortificada parécele fácil cualquier cosa que mande para doblar la voluntad, como sería para ella, y aun por ventura se le haría muy de mal. Esto hemos de mirar mucho, que lo que a nosotras se nos haría áspero, no hemos de mandar..." "... el deber de las Prioras es el de secundar dulcemente la acción de la gracia en cada religiosa, según su capacidad natural y según el grado de adelantamiento espiritual...".


"Una Priora jamás debe convencerse no más, que ella, en muy poco tiempo, puede conocer las almas: esto sólo pertenece a Dios, el único que penetra el fondo del corazón. Así pues, que se aplique la Priora a conducir cada religiosa por el camino en que Nuestro Señor la puso...".


No cabe duda de que Ana de Jesús asimiló esta doctrina que parecía como formulada para ella. Por algo fue investida por Santa Teresa del cargo de Maestra de Novicias desde el comienzo del nuevo monasterio. Y, tras haber sido confirmada en el cargo, la respuesta que daba, a quienes le preguntaban sobre su método, muestra hasta qué punto había asimilado la norma de conducta y la medida teresianas: "Me limito -dirá- a considerar y seguir la conducta de Dios en la dirección de cada una de las almas y no hago otra cosa más que evitar lo que pudiera obstaculizar, impedir o cambiar el camino propio por el que Dios las conduce".

sábado, 23 de mayo de 2009

Capítulo II

AVILA

EL CARMELO DE SANTA TlRlSA

1. Avila

Algunos días después de su entrada en San José de Avila, posiblemente algunas semanas, pues no tenemos fechas exactas, llegaba de Toledo la Reformadora que había querido darse una vuelta por Avila antes de volver a Salamanca, dondo había decidido hacer una fundación; y pasaría en el monasterio, como dos meses, antes de ponerse de nuevo en camino.

Estos dos meses bastaron ampliamente a la Fundadora para hacerse un juicio cabal de su flamante novicia e introducirla en el espíritu de su Reforma. Se recordará que la aceptó, aún antes de haberla visto, como a su futura ayudante.

El encuentro confirmó de tal modo su juicio anticipado, que la Santa no dudó en acortar bastante, si no de derecho, al menos sí de hecho, el noviciado de Ana de Jesús asociándola a la nueva fundación y confiándole un cargo importante antes de que fuera profesa.

Santa Teresa tuvo que dejar de nuevo su convento de Avila para ir a Salamanca donde, en 1570, funda un Carmelo en la festividad de Todos los Santos. Ana de Jesús permaneció algún tiempo más en Avila a la espera de órdenes de la Madre Fundadora.

Entretanto, fue admitida en Avila otra postulante. Otra Ana, pero muy simple ella, e incluso analfabeta, dedicada de siempre a humildes tareas. Sin embargo, era alma muy elevada en la contemplación divina y favorecida desde la infancia con gracias de elección. ¿Cómo no hacer notar en paralelismo la trayectoria de estas dos carreras? Salidas ambas del primer monasterio de la Reforma Teresiana, cada una seguirá la línea de su propia personalidad. A veces, colisionarán en sus itinerarios.

El comportamiento humano de una será, en ocasiones, incomprensibles para la otra. Pero se reencontrarán en lo sobrenatural para terminar sus vidas apoteósicamente entre nosotros (los belgas); la primera fundando el Carmelo de Bruselas y el de Amberes la otra: Ana de Jesús y la Beata Ana de S. Bartolomé.

La Fundadora no tardó en llamar, desde Salamanca, en donde había tomado posesión de una casa, bastante miserable, a su novicia. Para la nueva fundación hizo venir tres profesas de Medina del Campo y tres novicias de Avila. Esto era algo excepcional ya que la Santa no llamaba, habitualmente, a las novicias a participar en sus fundaciones. Es bastante probable que derogara esta costumbre, en tal ocasión, en vista de la formación de Ana de Jesús a quien apenas llegada a Salamanca, le confió el caigo de Maestra de Novicias por más que ella misma también fuera novicia; porque de otro modo, este cargo no hubiera podido ser ejercido al no encontrar religiosas profesas. Ana y sus dos compañeras se pusieron en camino, no se sabe qué día preciso, pero sí que era de invierno.

Las dificultades del camino no arredró al grupo a pasar por Mance-ra, a donde había sido trasladado el primer convento de los Carmelitas de la Reforma Teresiana. Ana de Jesús habló aquí, por vez primera, con S. Juan de la Cruz. Aunque jamás se habían visto, tenían sin embargo mutuas noticias de si mismos por intermedio de la Santa Fundadora que había confiado a ambos, por separado, cuanto pensaba de ellos. Por lo demás, y a pesar de notables diferencias, estaban hechos para entenderse; el futuro lo probaría muy bien. Y, por otra parte -en el plano de la unión divina—, ¿coma no iban a entenderse con media palabra estas dos almas? Ana de Jesús ha dejado dicho de este encuentro en Mancera: "Los dos Padres (los dos primeros Carmelitas Descalzos: San Juan de la Cruz y Antonio de Jesús) nos pusieron al tanto de lo que nuestra Madre Teresa de Jesús les había mostrado y enseñado; y nos dijeron muchas otras cosas concernientes a la Reforma"

Esta mujer de 55 años (en la foto tiene 67), minada y sostenida, a la
vez, por la contemplación; sola, haciendo frente a todo y a todos,
consigue fundar una obra que, tras cuatro siglos de duración, sigue
aún sin cambios esenciales. Construia en la precariedad a base de
ingenio y de oración y pasaba, de una a otra región, animada por el
deseo de la gloria de Dios; creando núcleos de oración mental donde
se amase el Amor. Aún hoy "desde lo alto del cielo", sigue centrali
zando en su espíritu y corazón las inquietudes materiales y espiri
tuales de sus Carmelos extendidos por todas las latitudes de la tierra.

jueves, 14 de mayo de 2009


Capítulo II
AVILA
EL CARMELO DE SANTA TlRlSA
1. Avila


Ana Lobera es recibida en el monasterio de S. José de Avila por la sobrina de Santa Teresa, M. María de S. Jeró-nimo que, en ese momento, lo gobierna en ausencia de la Reformadora.
La postulante pidió y obtuvo, al día siguiente de su entrada, vestir el sayal carmelitano. Quiso llamarse Ana de S. Pedro por su gran fervor al Santo Apóstol; pero le fue sustituido por el de Ana de Jesús, nombre que la misma Santa habíale propuesto en una carta enviada desde Toledo.
En este monasterio de Avila la joven encontró tan a medidade sus deseos lo que buscaba que, desde los primeros díasse sintió muy a gusto. No encontró dificultad alguna enadaptarse a los rigores de la observancia regular ni a lapráctica de la oración mental.

Después de todo, ¿no estabapreparada, desde hacía mucho tiempo, por su vida de penitencia y de oración?
Aquí era menos difícil que en elmundo donde, en la vida de a diario, a veces exigente, le erapreciso tener que aceptar el diferir, con bastante frecuencia,las ocasiones de oportuno retiro para la meditación.,Aquítampoco tenía necesidad de ocultarse: bastaba con entraren el ritmo de una vida ordenada, hora por hora:
de talmanera que en el monasterio todo giraba en torno a laoración interior. Con sus manos que, a decir de Manrique "eran despreciadoras del trabajo", por lo incansables; con un físico habituado desde la infancia a someterse a las más duras exigencias de la voluntad; con un alma remontada ya, según el testimonio del propio confesor, a los grados de la elevada vida contemplativa, ¿cómo iba a sentir la menor desorientación en esta Comunidad del Carmelo?
Ni inadaptación... ni dificultad.


Y, no obstante, fue cuando le sobrevino la prueba tal vez más inesperada: sintió hambre. No debemos aminorar esto porque fue realmente una grande tentación. Nos preguntaremos extrañados: ¿por qué esta prosaica exigencia de la naturaleza en la "Reina de las mujeres", en esta contemplativa elegida de antemano por la misma Santa como su colaboradora? Acaso fue para que, desde su entrada en el Carmelo, aprendiera el gran principio del buen sentido teresiano: es necesario apoyar firmemente en el suelo los dos pies, a pesar de todos los arrobamientos. Tan atormentada fue por el hambre, que no pudo ocultársele a la Hermana cocinera; quien obtuvo de la Priora, sin que la novicia lo supiera, poner en el refectorio, debajo de su servilleta, una ración más de pan.


Este detalle, en los comienzos de la Reforma Teresiana, dice mucho y, demuestra, a su vez, que no se hacía en balde el voto de pobreza. En el monasterio de S. José de Avila se contentaban, a veces, por todo alimento, con un huevo a la hora del almuerzo. Y los otros conventos, ya fundados en esta época, no parecen haber sido más favorecidos. Añadíase a esto, la tan precaria instalación de todas sus fundaciones. Cualquier casa, algo espaciosa, bastaba para su adaptación. La Fundadora medía de un vistazo" sus espacios y sus posibilidades: un aposento se convertía en Capilla, un cuchitril en coro, un desván en dormitorio corrido..., en espera, en ocasiones largas, del convento definitivo.


Una sola cosa interesa a Teresa de Jesús: fundar el pequeño núcleo de vida interior en cualquier ciudad o comarca donde fuera posible influir, dilatarse y echar profundas raíces. Las condiciones materiales eran, en ocasiones, increíbles. Baste pensar en la fundación del convento de Salamanca donde Ana de Jesús no tardará en residir. Santa Teresa ha contado en su libro de las "Fundaciones", la noche de pesadilla que pasó, en compañía de una sola religiosa, en la mala casucha de la que tomó posesión a disgusto de una contrariada patota de estudiantes.
Estos tiempos primitivos, de la Reforma de la Orden, fueron el verdadero milagro teresiano. Esta mujer de 55 años, minada y sostenida, a la vez, por la contemplación; sola, haciendo frente a todo y a todos, consiguió consolidar una obra que, tras cuatro siglos de duración, aún sigue sin cambios esenciales. Construía en la precariedad a base de ingenio y de oración y pasaba, de una a otra región de España, centralizando en su espíritu y en su corazón, las inquietudes materiales y espirituales de todos los monasterios que había fundado aquí y allá.


Por supuesto que todo esto se explica con la gracia de Dios bajo cuya moción Teresa trabajaba. Pero la gracia de Dios se servía también de ella como de un instrumento elegido. Teresa servíase, a su vez, de cierto clima de Conquista y heroísmo de la España de esos momentos. Así como España tuvo un puñado de conquistadores fascinados por la aventura, al mismo tiempo tuvo estos aventureros de la Fe y del Amor cuyas miradas se dirigían muchos más allá de los horizontes de los mares más lejanos. Abrasados con el fuego del Espíritu, nada les parecía imposible o dificultoso en demasía, por ganar almas para Cristo de sangrantes llagas, pero coronado, si bien fuera de espinas.


Dios había encontrado ciertamente a Teresa. Pero Teresa, encuentra también, cuando es preciso y en el momento oportuno, hijas y hermanas cuyas almas estaban dispuestasa todas las ascensiones. El acelerado ritmo de las almas que, a zaga de la Santa Fundadora, corrían por el Camino de la Perfección quemando etapas sin tomarse reposo alguno, correspondía también al acelerado ritmo de las Fundaciones. Si, entre las primeras Carmelitas Descalzas, se encontró alguna que descollara por encima de las demás, esa fue, por antonomasia, Ana de Jesús.
Su noviciado en Avila apenas sí duró. Y, como podemos suponer, no era ya una principiante, en los caminos del espíritu, al momento mismo de su entrada en él. Dijimos ya que las carillas manuscritas que llevó en su equipaje, contenían avisos orientadores de su Padre espiritual y algunas cartas de S. Juan de Avila. Sabido es que, la mayor parte de las mujeres, jóvenes y adultas, de entre las que Santa Teresa elegía las primeras Carmelitas de su Reforma, pertenecían a esos núcleos de vida interior que se encontraban con relativa frecuencia en la España católica de su época. Pequeños grupos similares de laicos, entregados a la práctica de la vida interior, se encontrarán, un poco más tarde, en la Francia hugonota donde, por lo demás, ya existían en tiempos de Santa Teresa, aunque sin tanta cohesión.
Lo que faltaba aún, a la novicia de Avila, era la formación teresiana, la introducción en la espiritualidad carmelitana descalza propiamente dicha. La ocupación de formarse en el perfecto espíritu teresiano, debió de suponerle un esfuerzo poco laborioso por su fervor y perfección traída del mundo, por su capacidad de asimilación, pero, sobre todo, porque la misma Santa Teresa se encargaría de mostrarle el objetivo a alcanzar y su camino.

viernes, 24 de abril de 2009


+
La nota esencial de dicha dirección es incontestablemente de tal austeridad y rigor, que hoy tenemos que esforzarnos mucho para comprenderla. La vida de a diario la tenia repartida entre la oración, el trabajo para los pobres y la asistencia a los enfermos.

A esto añadía frecuentes y prolongadas mortificaciones que fácilmente inventaba.

Se nos habla de cilicios, de puntas de hierro, de punzantes cadenillas amén de los cuidados prestados a los enfermos más repugnantes cuyas purulentas llagas le revolvían el estómago.


La fama de su auténtica santidad habíase confirmado no sólo en el reducido entorno en donde ejercía su influencia -especialmente sobre dos primas suyas a las que estaba unida por una profundísima amistad— sino también en toda la ciudad.


Por una comunicación, transmitida al Sr. Obispo de Plasencia, aparece la joven como la que ha salvado a la ciudad de una catástrofe. Pero en la consideración y estima en que, tanto por los de cerca como por los de lejos era tenida, hay un matiz que conviene hacer resaltar: Ana no era para ellos de esas almas pequeñas y simples, a veces incluso poco dotadas de cualidades naturales, pero a las que una misteriosa comunicación con lo sobrenatural, hace familiares por ocultos designios de la Providencia.

En tales almas se olvida todo lo que en ellas hay de natural para no ver más que lo extraordinario y maravilloso, sin reparar en que sea o no verdadero. Jamás se pensó disociar en Ana Lobera sus evidentes dones sobrenaturales -hasta en grado extraordinario- de la eminente calidad de su personalidad humana.

No era tenida por "la vidente", "la curandera", "la beata";

tampoco se la llamaba la "santa", como es tradicional en semejantes casos.

Ana Lobera era conocida en Plasencia como "la Reina de las mujeres".

viernes, 27 de marzo de 2009


ANA LOBERA
1545-1570


Sin duda,sabian sus contemporáneos y conocidos que no era una joven "como las otras" y, su sola presencia en una sala de reunión, bastaba a crear una atmósfera un tanto especial: la frivolidad de una conversación mundana dejaba de ser compatible, desde ese momento, con la gravedad que de ella emanaba. Por lo demás, y a pesar del cuidado que traía en ocultar sus prácticas ascéticas, hacíasele difícil conseguir que se ignorara el género de vida mortificada que llevaba. Sus deudos, y muchos otros por su intermedio, debieron llegar al conocimiento de sus prolongados ayunos, de sus duras penitencias y de sus largas meditaciones en el recóndito apartamiento de un desván.
Dábanse también en ella algunos fenómenos extraordinarios que no podía camuflar. En este período de su vida se mencionan dos arrobamientos de los que una Carmelita dio cuenta en su declaración jurada (Hermana María de la Concepción, marzo de 1635); "Un día, inmediatamente después de comulgar, fue arrebatada en espíritu y transportada ante el tribunal de Dios. Estaba tan absorta que, sin darse cuenta, derramó por tierra la ablución. . Los fieles solían hacer, después de comulgar, una ablución consistente en tomar un poco de vino y agua. ". . . otro día, el Viernes Santo, al ir a la adoración de la Cruz, tuvo un éxtasis del quefueron testigos todos los presentes, entre otros su confesor". :
No parece que hasta ese día hubiera recibido dirección espiritual, ni aun ascética muy precisa y, sobre todo, continua. De tal dirección no se encuentran huellas en parte alguna; y el "confesor", mencionando en la declaración, no parece haber ejercido acción determinante en la conducta de la joven. Hasta se ignora el nombre del citado "confesor". La hipótesis más verosímil sería que Ana Lobera, desde su más tierna infancia, estuvo prevenida de insignes gracias, a veces manifiestamente extraordinarias, que le 'bastiirtífi, hasta los dieciséis años, para responder a ellas con la lógica ;de su razón, madura tempranamente, y con el impgjjso de su voluntad, hecha para la acción heroica. Esto no bastaba, sin embargo, a orientar con eficacia y con el rigor deseado, todo el curso de su vida. Pero, ¿cuál era el camino, ese camino que deseaba sin conocerlo?
Aquí está el nudo de las verdaderas dificultades. Ana jamás pensó en minimizar los dones naturales y sobrenaturales que recibió, ni tampoco las gracias de elección con que fue enriquecida de antemano. Su humildad no toleraba poseerlos simplemente, sin más, habiéndolos recibido gratuitamente. Al no poder responder a esos beneficios de Dios con la generosidad suficiente, nacíale gran confusión. Porque al mismo tiempo discernía, con plenitud de lucidez crítica, la excelencia de los dones sobrenaturales recibidos, y la ridicula insuficiencia de sus respuestas. Integra en su juicio, tanto como en sus determinaciones chocaba, no obstante, con una desproporción, con una especie de incapacidad.. .: la de no poder darse, a su vez, lo bastante incluso dándose toda. Sin saber nada del Carmelo Reformado, apenas sí acababa éste de ver la luz del día, la joven, mucho antes de la famosa carta, ya tenía necesidad de la doctrina de S. Juan de la Cruz.
A esa necesidad respondía, sin embargo, renovando el voto de virginidad perpetua, emitido a la edad de diez años, y también prometiendo entrar, cuanto antes le fuera posible, en la Orden religiosa que creyera más austera y de más perfecta observancia. A estas promesas que hizo, añadió una tercera que indica muy bien lo impulsivo de
su temperamento al mismo tiempo que manifiesta la carencia de dirección espiritual en el lugar que residía. Porque parece bastante difícil que, un director espiritual sensato, permitiera a undjoven de dieciseis años, ligarse con un voto tan estricto, cual era el de: "Ir, en adelante, y para siempre, contra las inclinaciones naturales; en no se dar contento en nada, durante teda su vida, ni aun al beber agua".
Que una joven de dieciseis años, impulsada por el incontenible ardor de su alma, saturada de luz y de amor, haga tal voto, en rigor puede concebirse. Lo que no puede comprenderse tanto es que permaneciera fiel al mismo, de una manera tan estricta, tan al pie de la letra y sin atenuaciones, durante cincuenta años de'vida religiosa. La Hermana Margarita de la Madre de Dios, que más tarde llegaría a ser su íntima confidente, nos ha dejado este testimonio: "Le oí decir a la misma Madre que jamás, a lo largo de su vida, habíase permitido contento en nada ni aun en el beber agua".
"Ir, en todo y siempre, contra las inclinaciones naturales" es, a todas luces, imposible. Porque la naturaleza, por lo común, va mucho más por delante que la conciencia y la razón. Sin embargo, puede suceder, en el acto natural, acompañado siempre de placer o satisfacción, que estas sensaciones, al ser percibidas por la conciencia, sean rehusadas, de inmediato, por una voluntad innegablemente muy disciplinada. ¿No bastaría esto simplemente para considerar su vida transcurrida en un clima inimaginable de heroísmo?
Convendrá añadir que esta disciplina, probablemente bastante externa al comienzo, y cuyos objetivos, en el pensamiento de la joven, podrían ser las satisfacciones usuales de una vida normalmente llevada en el mundo,se aplicaría progresivamente a satisfacciones mucho más sutiles y que sólo una rica vida interior sabe descubrir. Una vez más aparece, en superimpresionismo, la desnuda imagen de la cima del Monte Carmelo de S. Juan de la Cruz y su inexorable "Nada".
Aunque Ana sigue viviendo en el mundo, en el círculo de sus parientes y relacionados ya estaba "separada" y nadie se llamaba a engaño, si bien '6» se ocupara en algunos quehaceres domésticos y, por cortés deferencia, apareciera en las reuniones familiares. Pero, en el pensamiento de todos, estaba apartada, sola, distinta. Esta situación iba a prolongarse todavía unos siete años; pero, es evidente, que esta vida llevada al margen, totalmente orientada a la oración y a la más rigurosa mortificación de los sentidos, conlleva muy serios peligros. Imponíasele a la joven la absoluta necesidad de una dirección espiritual firme y perseverante.
No se sabe, a ciencia cierta, quién la orientó al P. Pedro Rodríguez, de la Compañía de Jesús. Pudiera ser que su hermano, también ingresado en la Compañía, fuera quien la decidiese a tal elección. Sea lo que fuere, es muy probable que el mismo año que Santa Teresa fundaba en Avila el primer convento de su Reforma (1562), se pusiera bajo la dirección espiritual del P. Rodríguez cuya fama era grande en Plasencia: será su confesor y director espiritual durante siete años.
Desde el primer día, al dar cuenta a su director del género de vida que llevaba y del estado de su alma le diría, poco más o menos así: "Tal es el estado de mi alma; un suelo inculto, Cercene, quite y desarraigue... Y como de mi parte no encontrareis la menor resistencia voluntaria, sabed que se aplicaría progresivamente a satisfacciones mucho más sutiles y que sólo una rica vida interior sabe descubrir. Una vez más aparece, en superimpresionismo, la desnuda imagen de la cima del Monte Carmelo de S. Juan de la Cruz y su inexorable "Nada".
Aunque Ana sigue viviendo en el mundo, en el círculo de sus parientes y relacionados ya estaba "separada" y nadie se llamaba a engaño, si bien '6» se ocupara en algunos quehaceres domésticos y, por cortés deferencia, apareciera en las reuniones familiares. Pero, en el pensamiento de todos, estaba apartada, sola, distinta. Esta situación iba a prolongarse todavía unos siete años; pero, es evidente, que esta vida llevada al margen, totalmente orientada a la oración y a la más rigurosa mortificación de los sentidos, conlleva muy serios peligros. Imponíasele a la joven la absoluta necesidad de una dirección espiritual firme y perseverante.
No se sabe, a ciencia cierta, quién la orientó al P. Pedro Rodríguez, de la Compañía de Jesús. Pudiera ser que su hermano, también ingresado en la Compañía, fuera quien la decidiese a tal elección. Sea lo que fuere, es muy probable que el mismo año que Santa Teresa fundaba en Avila el primer convento de su Reforma (1562), se pusiera bajo la dirección espiritual del P. Rodríguez cuya fama era grande en Plasencia: será su confesor y director espiritual durante siete años.
Desde el primer día, al dar cuenta a su director del género de vida que llevaba y del estado de su alma le diría, poco más o menos así: "Tal es el estado de mi alma; un suelo inculto, Cercene, quite y desarraigue... Y como de mi parte no encontrareis la menor resistencia voluntaria, sabed que todos mis defectos os serán imputados y que daréis estrecha cuenta de ellos al Juez Soberano".
Es cosa averiguada y cierta que el P. Rodríguez se esmeró, con mucho celo, durante siete años, "en cercenar, quitar y desarraigar". El clima de esta dirección espiritual se creó por la conjunción de dos rigores: el sistemático del director y el voluntario de la dirigida.

lunes, 9 de marzo de 2009

ANA NIÑA ...



Todos los hechos que contribuyen a poner de relieve la infancia y juventud de Ana Lobera, no hacen más que reafirmar esa "separación" inicial en la que vivió desde
la cuna. Los episodios, más o menos maravillosos, relatados por las crónicas no cambian, en lo más mínimo, la tendencia de toda su vida. Los detalles no añaden nada, porque sólo importa la orientación y ésta, si hay que creer la afirmación, muy clara, de la misma Ana, determinó, "desde su infancia", el sentido de toda su vida y de todas sus acciones:
"Desde mi infancia deseaba... la vida religiosa en la austeridad y en el fervor".

La niña quedo huerfana a los 9 años y fue recogida con su hermano, por la abuela materna y sigue viviendo en Medina del Campo en una atmosfera parecida a la casa de su madre; no puede afirmarse que sus tendencias precoses a la piedad y austeridad fueran contrarestadas. Alli el ambiente tambien era piadoso, como en toda España de su tiempo, de fe ardiente pero al mismo tiempo, sedienta de gloria terrena.

En esa España triunfalista, surgieron almas que eligieron por sí mismas...y entre los que creen poseerlo todo, tanto en la tierra como en el cielo, ya viven almas de hombres y mujeres, que les responderan con San Juan de la Cruz : NADA, NADA, NADA!

Ana Lobera, era ya en su niñez y por deseo, su discipula. Este deseo, esta necesidad fundamental de eleccion drastica y absoluta, será la que la oponga a su medio, que no podia comprenderla..

jueves, 5 de febrero de 2009

Niña silenciosa .......


La niña no llegó a conocer a su padre. Aún estaba en la cuna cuando éste moría. También perderá a su madre cuando apenas tenga nueve años. Más aún, será sordomuda durante los siete primeros años de su vida.
Creo que jamás sabremos lo que se opera en la soledad de un alma separada
de casi todo contacto con el mundo.
Y, ese alma, al recuperar el uso normal de sus facultades y ser introducida bruscamente en nuestras categorías de entendernos y expresarnos, ¿seguirá siendo
lo que fue en su vida de aislamiento cuando, abismada en el misterio de Dios, escuchaba, acaso, la música de los ángeles?

De este misterio salió repentinamente y sin causas naturales aparentes: ¿quizás milagrosamente? Sea lo que fuere, lo que sí podemos afirmar en este caso, es que salió con todas sus facultades naturales perfectamente sanas e incluso, según parece, singularmente maduras para su muy poca edad.

¿Cómo se produjo esta madurez en una época, no lo olvidemos,
en que necesariamente una niña sordomuda tendría que estar encerrada,
mucho más que en nuestros días, en su impotencia de comprensión y de expresión...?

Dicen que sus primeras palabras fueron las del Avemaria.

Lo que sea de este misterio, sí es cierto que salió de su aislamiento con la inteligencia y la voluntad rectas y orientadas, desde ese momento, a las realidades de orden sobrenatural. Cualesquiera que sean las explicaciones que, de carácter científico puedan buscarse y, tal vez, encontrarse, nos parece imposible olvidar que Dios se sirve, casi siempre, de las causas y fenómenos naturales, para realizar el designio que nuestra sabiduría humana no puede precisar. Sólo sabemos que la mano de Dios está ahí; que nunca sucede cosa alguna sin una razón superior. Y así sucedió con esta niñita española que, durante siete años, permaneció en silencio, insensible —incluso físicamente— a las voces de la tierra, solamente atenta, no sabemos, ni jamás lo sabremos, a qué voces

viernes, 30 de enero de 2009

EL EJEMPLO DE ANA DE JESUS ...

¡Quiera Dios que esta biografía de esta santa mujer
que con prodigiosa eficacia
se sirvió de las solas armas de la fe y del amor,
viviendo en una época no menos agitada
y cuestionada que la nuestra,
pueda estimularnos a hacer lo mismo,
y producir en amplios medios,
abundantes frutos de santidad y salvación!


QUIERA DIOS TAMBIEN, QUE ESTE HUMILDE BLOG

SIRVA PARA CONOCER MAS Y MEJOR A ESTA CARMELITA

Y DESDE CONOCIMIENTO SEA ESTIMULADA LA IMITACION

En alabanza de Cristo

Amen

sábado, 24 de enero de 2009

Desde su infancia ...


El misterio de la infancia de Ana Lobera el que se yergue ante nuestros ojos:
el misterio de su predestinación...

Infancia un tanto insólita para nosotros porque, desde sus primeros pasos, nos sentimos confrontados a lo sobrenatural. Todo está en hacer ver, o dejar entrever, cómo se sirve Dios de lo natural y de lo cotidiano, para los fines que nos exceden.

Ana Lobera tiene veinticinco años cuando entra en el Carmelo de Avila.
Ya no es y jamás lo fue, una niña o joven tímida y titubeante.
Su carácter, todo inteligencia y voluntad, causa ya admiración como, más tarde,
la causará entre los personajes más importante de entonces. Carece totalmente de importancia que su primera formación no fuera propiamente carmelitana.
El deseo, de que habla, le nació bastante antes de conocer el ideal teresiano.

Tenía por lo menos veinte años cuando se fijó y encarnó, por así decir, en el género de vida de las primeras monjas de la Reforma Teresiana. Las circunstancias de orden natural: su nacimiento, infancia y juventud aparecen, desde entonces, y desde este punto de vista, como los medios de que Dios se sirvió para inclinar su libertad humana a desear su camino verdadero: el previsto desde toda la eternidad como el camino real por donde .debía progresar su alma predestinada.

En Ana Lobera se halla, desde la niñez, cierto paralelismo entre su desarrollo humano y su madurez espiritual. En su vida, el llamamiento divino no va al encuentro del llamamiento terreno: el primero domina al otro, sometiéndolo a su servicio, desde el comienzo.
Lo que no significa que se hiciera sin dificultad y sin esfuerzo.
Sin duda que la joven tuvo que luchar contra toda clase de seducciones del mundo
y de su propia naturaleza.

Porque, cuanto más avivada es el alma, tanto más solicitada se ve.
Y las solicitaciones necesariamente le sobrevienen en proporción a la capacidad de la trascendencia de su inteligencia, de su dinamismo y de su más o menos fina sensibilidad. Con esto queremos decir simplemente que en Ana Lobera no hubo camino de Damasco: trastorno o cambio radical que hace que la persona, bruscamente abatida, torne a salir en dirección contraria dando inesperadamente la espalda a lo que se proponía alcanzar antes del toque fulminante de la conversión. En la infancia y juventud de Ana Lobera es de gran importancia hacer resaltar, y con toda prioridad, una cierta "separación", una especial puesta aparte.

La palabra "santo" lleva, en su misma raíz, la idea de separación.
Esta seaparación inicial, también resultará en Ana efecto y signo de predeterminación pero no un fin en sí. Porque el alma elegida, aunque sea entresacada y puesta aparte, una vez enriquecida, vuelve con más ímpetu a su entorno. Y forzosamente debe serlo: no puede darse el estar unido a Cristo
sin estar, al mismo tiempo, comprometido en la vida, sufrimientos y aspiraciones
de los hombres sin asumir, con Jesús, todas las miserias que nos han valido la Redención.


Ana, separada de la habitual comunicación humana por las especiales circunstancias de su infancia y juventud, fue lanzada y puesta en la órbita de los métodos y estilo de vida del Carmelo Reformado. Es con este visor, y desde él, como se deberá intentar explicar su comportamiento desde Medina del Campo, donde nació en 1545, hasta su entrada en el Carmelo de Avila, en 1570.

EN ALABANZA DE CRISTO, amen!

lunes, 19 de enero de 2009

TRAMOS DE SU VIDA


ANA LOBERA (1545-1570)

Mitad del estío de 1570. Ana de Lobera, tras cuatro, noches de viaje, porque la tórrida estación del año hace sumamente penoso viajar durante ei día, acaba de entrar en el Carmelo de Avila. Santa Teresa no está en él en el momento de su entrada; aunque no tardará en volver a este monasterio de San José, el primero de su Reforma: hará unos ochas años que lo ha fundado.

¿Por qué ha elegido la joven esta Orden nueva, o casi nueva, de las Carmelitas Descalzas? ¿Por qué este pobre convento apenas viable, si no escuchamos más que la sola razón natural?

La misma lo explica al comienzo de la declaración que, más tarde, hizo en el proceso informativo para la causa de Beatificación de Santa Teresa: "Desde mi infancia -declara- tenía grandes deseos de'entrar en un convento de mujeres. . ., donde se viviera la vida religiosa, con austeridad y con fervor. Un Padre de la Compañía de Jesús que conocía mis deseos, por confesarme durante siete años, al encontrarse en Toledo con la Madre Teresa, de Jesús, me escribió: Aquí se encuentra una mujer santa que, por autoridad apostólica, funda conventos con la religión que deseáis. . .

Tanto me agradó la carta que, (al, punto, escribí al Padre..., suplicándole diera cuenta a la Santa Madre de mis deseos y de las causas por las que», hasta entonces, no los había puesto por obra, Sentía, vehementes deseos de saber el parecer de la Santa(;a este! respecto. El Padre le mostró mi carta y ella me aceptó indicándome tres o cuatro monasterios, de los que «.ya había fundado, para que eligiera el de mi agrado. Pero, me añadía en la misma carta, que le contentaría más darme el hábito en el convento de Avila,que era el primero que había fundado y de donde todavía era Priora..."

martes, 6 de enero de 2009



Este doble aspecto de la vida de Ana de Jesús, cuyo elemento más importante es también el menos visible, responde, sin embargo, a una necesidad tan actual e imperiosa como es la urgencia del equilibrio de nuestras actividades naturales: científicas, sociales, políticas y económicas. Equilibrio tanto más indispensable si queremos colocar nuestra actividad humana en la proyección de la actividad inmanente de Dios.

Ana de Jesús fue suscitada en una época casi tan desasosegada como la nuestra; estuvo abocada a problemas que recuerdan los que nosotros conocemos: de la herejía al nacionalismo, pasando por la indiferencia y la tibieza religiosas.

No obstante, apenas sí se encontrará vida más "una" en la diversidad; más activa que la de esta contemplativa: más equilibrada en su armónica fusión y, en todo momento, de una fuerza humana actuante, pareja con la más alta contemplación pasiva.

En definitiva, nos muestra por qué estrecho sendero fue a parar a la realidad de un auténtico humanismo cristiano.