sábado, 4 de junio de 2011


(parte 19)

Ponía los ojos en el verdaderamente Santo Fray Juan de la Cruz, de quien tenía tan grande experiencia, como satisfacción; y quien la San ta le había dado por Maestro. No trataba de faltar a la obediencia, quien procuraba más libre a su prelado; no intentaba vivir a sus anchuras, quien escogía por tal al hombre mas celoso y mas santo, que había en su religión (V, II, 323).
 O lo que es peor; echa mano de las narraciones sobrenaturales: horribles visiones habidas antaño, en la época granadina, premonitorias de las zozobras reales de los tiempos presentes y que ambos, Ana y Juan, experimentaron conjuntamente para reforzar, eso sí, un presagio que se verifica:
 De este parecer fue todo el Diffinitorio: solo al Venerable Padre Fray Juan de la Cruz le pareció demasiado rigor y quisiera se tomara otro expediente. Y vale disponiendo Dios a los trabajos que algunos años antes les había mostrado a él y a Ana de Jesús en la visión que tuvieron en Granada. Porque ese voto singular, favorable a las monjas, y por haberse sabido que era él, a quien ellas querían por comisario, le comenzaron a tener por cómplice en el Breve (V, II, 332).
 Pero aquí estamos ya en junio de 1591, en el capítulo celebrado en Madrid, en el momento de total desengaño y derrota de Juan de la Cruz. La oscuridad de la relaci{on, que aunque existiera, forzosamente fue relativa ausencia y crecientes distanciamiento -y que la historiografía antigua vela, silencia, tergiversa o ignora- se ubica con anterioridad a 1590: especialmente en el periodo comprendido en los dos años precedentes a este último.