lunes, 16 de mayo de 2011

(parte 18)

Estando en Segovia el padre fray Juan de la Cruz, tuvo aviso de este desconcierto de las monjas, y, aunque supo cuán pocas eran las autoras de ello, con todo eso le dio notable pena. porque como daño de hermanas nuestras, que tantas veces le había encomendado nuestra madrea Santa Teresa, le parecía que más que a otro le tocaba su reparo, y as+i en la oración pedía con gran eficaci a Dios lo remediase, y según después se conoció de sus palabras, fue certificado en ellas, que aunque el demonio había pretendido destruir la perfección de las religiosas por aquel camino, que no prevalecía contra ellas, porque las amparaba su divina providencia. (111,13,802)
Pese a que por su obra pasó, antes de ser publicada, la censura de los descalzos, seguramente temeroso de que los hechos narradas sobre Doria y su gobierno, fuesen distintos y contradictorios con respecto a lo que la historiografía oficial jabía relatado y sobre todo allado, sóloÁngel Maríquez, biógrafo de la Venerable, protegido de la infanta Isabel Clara, Eugenia, y, al cabo, general de otra orden, la de San Bernado, se atrevió a contar las historia de estos años, frente a la perspectiva, siempre relativa, de su biografiada y desde la posición espiritual y jurídica que ella quiso mantener en el Carmen. Lo asesoró y encauzó, y hasta yo diría que vigiló, para que así fuera, Beatríz de la Concepción (Zúñiga), compañera de Ana durante más de veinticinco años.
 
Pero a la hora de abordar vivencias, proyectos o acciones conjuntas de los antiguos priores de Granada, tantas veces unidos por su pluma en etapas anteriores de su existencia, y pese a contar con los muchos y vivos recuerdos de la mentada madre Beatríz, el biógrafo se circunscribe al relato de lo que, en principio, fue solo deseo de Ana, cuando en agosto de 1590, llega el breve de Sixto V: tener a Juan de la Cruz de comisario para las monjas: