sábado, 6 de junio de 2009


CARMELO DE SANTA TERESA
2. Salamanca


La formación teresiana de Ana de Jesús se completó en Salamanca donde permanecerá casi cuatro años, hasta su marcha a Beas a comienzos del 1575.
En cuanto a la Fundadora, que a la llegada^de la novicia se encontraba en la docta ciudad, pasó
largos meses, aunque con interrupción, por ser llamada, de vez en cuando, a Alba de Tormes y también al convento de la Encarnación de Avila. Nada empece que, aun en sus ausencias, permaneciera en estrecho contacto con su futura sucesora.
Entre ellas habíase formado, muy pronto, una intimidad de alma realmente extraordinaria y manifestada por hechos que no pueden explicarse por meras causas naturales.
Nosotros, que habitualmente no vivimos en ese plano, no comprenderíamos bien la comunión entre dos almas que se conocen y encuentran mutuamente en la unión divina. Nos equivocaríamos mucho, sobre la esencia de esta comunión de sus almas, si nos olvidamos situarla en el clima singular del proceder teresiano.


La gran Reformadora no era, ni mucho menos, una santa engreída, suponiendo que pueda darse tal santa. Por eso, todo el trabajo de formación y educación que había emprendido en este caso, lo envolvía en una atmósfera de auténtica ternura humana: una amistad muy sincera, a nuestra medida; con un matiz muy maternal en una y, muy filial, en la otra.

Como Salamanca. Ibérica, romana y cristiana. Conjunción de culturas y religiones que producen el asombroso humanismo cristiano de que gozó esta ciudad, mil veces celebrada por su Universidad, verdadero foco de cultura, cuando casi toda Europa yaci'a en prehistoria o en los tiempos llamados de hierro.


El n'o Tormes con sus cristalinas y saludables aguas es un remanso de paz que invita a la meditación y al pensar profundo. Tierra de santos, y grandes humanistas. Por ella pasaron y residieron (entre otros) Teresa de Jesús, Ana de Jesús, Fr. Luis de León, etc. . . Piedra, cielo y agua fugitiva la hacen eterna como su gloria inmortal de docta ciudad. (Los Traductores)»
la casa, totalmente provisional, era muy reducida y la Comunidad estaba compuesta por ocho religiosas, Santa Teresa compartía con Ana una misma celda. Solía ocurrir a la novicia sorprenderse cuando la Santa la miraba insistentemente y, entonces, la Madre decíale dulcemente: "Miróla, hija mía, porque la quiero mucho".


Al mismo tiempo le hacía crucecitas en la frente. Pero, en el fondo, ¿en qué consistió la formación teresiana de Ana de Jesús y qué aprendió ésta que ya no supiera? Aunque no se dice, no obstante, dada la mutua confianza en que vivían, Santa Teresa debió de servir su propia experiencia mística a la que su novicia, antes de su entrada en religión, tenía ya. Resulta increíble que la Santa no manifestara a esta alma, destinada a los grados más eminentes de la vida contemplativa, la luz y las directrices de la doctrina carmelitana teresiana, que ya había comenzado a poner por escrito y que S. Juan de la Cruz meditaba, al mismo tiempo también, codificarla.


A juzgar por ciertas apariencias, no resulta improbable pensar que Ana de Jesús concedía importancia en demasía, antes de su entrada en el Carmelo, al inflexible rigor de un ascetismo llevado al extremo que nos hace recordar su voto de: "No permitirse jamás en nada satisfacción alguna natural"; en tanto que para Teresa de Jesús (y esto nos consta), había siempre "un tiempo en que cuando perdiz... perdiz; y cuando penitencia... penitencia".(3)


En Salamanca y en intimidad con la Santa, Ana de Jesús comenzó a vivir realmente la justa medida teresiana: medida en la que los extremos se conjugan armoniosamente por el equilibrio conseguido en la libertad. No atarse a nada, ni incluso a los favores más altos, ni a las prácticas de mortificación cuya sed puede hacerse absorbente e inmovilizar el alma. Es la práctica de la verdadera "libertad de los hijos de Dios", con la que se puede usar de todas las cosas porque, en todas, encuentra a Dios, al no buscar en ellas más que sólo a El. Libertad que sólo pueden permitirse el lujo de vivirla aquellos a quienes el Amor hace salir sin cesar de su "yo", para tender hacia el "Otro", el Infinito.


El buen sentido teresiano es, a la vez: "Impulso de Amor sin medida" con muy rigurosa regulación de la razón y de su juicio. En esta pequeña e incipiente Comunidad, donde Ana de Jesús observaba la conducta de Santa Teresa "sicut oculi an-cillae in manibus dominae suae" (como los ojos de la mu-.. cama están átentela lo que hace su señora), la vio componer, al salir de un arrobamiento de dos días, las estrofas líricas de la "Glosa" pero, también, las admirables páginas llenas de moderación y de fina psicología, de Jas siete primeras Fundaciones.


Nos engañaríamos .si creyéramos que el singular afecto, que Teresa no temía manifestar a su novicia, le impedía conducirla con mano firme e incluso dura. Aunque conocía las dotes de su alma: la agudeza de su inteligencia y la fuerza de su voluntad, Teresa también sabía conducir a esas almas elevadas a los eminentes grados de la vida contemplativa. La misma Santa, en un texto célebre escrito en Salamanca y, por así decir, bajo la mirada de Ana de Jesús, afirma que en los primeros tiempos de su Reforma, sólo encontró, de entre todos los conventos, una religiosa que fuera llevada por el camino de la meditación ordinaria: las demás habían sido elevadas, por Dios nuestro Señor, a contemplación perfecta. (Fund. de Medina del Campo). Tal era el clima.


Santa Teresa tenía experiencia en conducir esta clase de almas y sabía lo que se les podía y debía exigir. Por eso, a pesar del afecto que dejaba entrever a su novicia y de la intimidad a la que le admitía no dejaba, sin embargo, de ejercitarla en la obediencia, virtud básica de la vida monástica y en la humildad. Abundan los detalles y baste, por todos ellos, saber que Ana jamás opuso la menor resistencia a las órdenes más intespectivas, ni jamás intentó la menor justificación de sus actos aunque fueron manifiestamente mal interpretados.


En resumen, todo esto no era más que fa moneda menuda de la formación teresiana. Santa Tresa no se limitaba, con toda seguridad, a sólo formar en la novicia una espiritualidad de principiante -ya no lo era- sino, mas bien, a mostrarle cómo se forman las almas avanzadas en la contemplación. Porque el designio de la Fundadora sobre Ana era muy claro: hacerla su ayudante, auxiliar y sucesora... Y sabemos bien, cuál era, a este respecto, el método de Santa Teresa. En su libro de las "Fundaciones" se encuentran estos admirables consejos a las Superioras y, coincidencia bastante notable, si estas páginas no se escribieron en Salamanca, con todo, se insertaron en el relato de esta fundación: la primera en la que Ana de Jesús participó casi desde los primeros días. (Fund. de Salamanca).


"Como hay diferentes talentos y virtudes en las Superioras, por aquel camino quieren llevar a sus monjas. La Priora muy mortificada parécele fácil cualquier cosa que mande para doblar la voluntad, como sería para ella, y aun por ventura se le haría muy de mal. Esto hemos de mirar mucho, que lo que a nosotras se nos haría áspero, no hemos de mandar..." "... el deber de las Prioras es el de secundar dulcemente la acción de la gracia en cada religiosa, según su capacidad natural y según el grado de adelantamiento espiritual...".


"Una Priora jamás debe convencerse no más, que ella, en muy poco tiempo, puede conocer las almas: esto sólo pertenece a Dios, el único que penetra el fondo del corazón. Así pues, que se aplique la Priora a conducir cada religiosa por el camino en que Nuestro Señor la puso...".


No cabe duda de que Ana de Jesús asimiló esta doctrina que parecía como formulada para ella. Por algo fue investida por Santa Teresa del cargo de Maestra de Novicias desde el comienzo del nuevo monasterio. Y, tras haber sido confirmada en el cargo, la respuesta que daba, a quienes le preguntaban sobre su método, muestra hasta qué punto había asimilado la norma de conducta y la medida teresianas: "Me limito -dirá- a considerar y seguir la conducta de Dios en la dirección de cada una de las almas y no hago otra cosa más que evitar lo que pudiera obstaculizar, impedir o cambiar el camino propio por el que Dios las conduce".