miércoles, 30 de marzo de 2011



Parte 14


Por descontado que el prólogo y la dedicatoria a Ana de Jesús se circunscriben, literiariamente considerados, a una tradición antigua de prólogos y dedicatorias, a una tópica poética, presumiblemente no desconocida por Juan de la Cruz y tras la que acaso escudó su falsa modestia. En este sentido, como también en el de la larga trayectoria de las amistades espirituales entre maestro y dirigida, con un precedente patrístico de primer orden en la epístola de San Jerónimo Ad Eustochium, Paulae filiam. De virginitate, no podemos por menos que recordar los casos más notables y más próximos a la propia experiencia y práctica sanjuanista. El alfabeto cristiano de Juan de Valdés, escrito en Nápoles en 1536 "para instrucción" de Giulia Gonzaga, realmente amiga y devota del "heterodoxo" español o el ejemplo ya mentado del Audi, filia, compuesto antes de 1539 a ruegos de doña Sancha Carrillo y a ella dedicado, en el contexto histórico de otras dedicatorias mucho más artificiosas y menos enraizadas en la amistad auténtica; en buena parte determinadas por la principalidad de la dama a quien van dirigidas. No creo que sea este último el caso que nos ocupa. La dedicatoria de Juan de la Cruz a Ana de Jesús, como la que posteriormente, le ofrecerá a la misma Ana fray Luis de León, encabezando su Libro de Job, obedece a una amistad auténtica y positiva, exponente, en ambos casos, de las vivencias íntimas y públicas de dos personas que, durante un trecho largo de su vida, caminan juntas, compartiendo objetivos y creencias, luchas y doctrinas, aficiones literarias y exposiciones poéticas. Sin alcanzar el emblematismo sacro de la unión entre Francisco y Clara de Asís, en el universo de las amistades espirituales entre personas de distinto sexo, la mantenida entre Juan de la Cruz y Ana de Jesús debe ubicarse en esta vía, bastante transitada, incluso en la propia orden del Carmen: la de espirituales que gozaron del conocimiento y vivencia de la diversidad sexual-humana, a la par que de la sexual-divina, seguramente impulsados por un deseo cristiano y universal de perfección psicológica, concretado en una relación, forzosamente heterosexual si se quiere complementaria y, eso sí, insuficiente, si se desea trascendida; si el deseo que la alienta es, además, escatológico.

martes, 22 de marzo de 2011


Parte 13

Para ello escribe Juan y Ana los representa:

Por tanto, seré bien breve: aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes, donde lo pidiera la materia y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos. Pero, dejando los más comunes, notaré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que han pasado, con el favor de Dios, de principiantes. Y esto por dos cosas: la una, porque para los principiante hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con V.R. por su mandado, a la cual Nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llenándola más adentro del seno de su amor divino (580).

Todas las biografías antiguas -y por supuesto modernas- del santo y la venerable, registran y explicitan lo que, corriendo el tiempo, ellas mismas fueron proyectando como "lugar común" en la vida de ambos y en su relación mutua. Ni siquiera José de Jesús María pudo en este punto eludir el caso ni silenciar el nombre, tantas veces callado, de la priora egregia que anda ya en 1628, fecha de la publicación de su Historia de la vida y virtudes del venerable P.F. Juan de la Cruz, no sólo mencionado en numerosos manuscritos, sino impreso en letras de molde de 1627, año de la edición prínceps española del Cántico Espiritual de los carmelitas del exilio. Lo menciona, eso sí, ni sin cierto desprecio:

Estando en este tiempo en Granada (se refiere a Juan de la Cruz), le importunó mucho la Madre Ana de Jesús, Priora del Monasterio de nuestras monjas de aquella ciudad, que le declarase aquella canción mística que había compuesto en la cárcel levantando en espíritu, que comienza: A donde te escondiste (XXXV,708).

sábado, 5 de marzo de 2011


Parte 12


Sin duda Beas y la comunidad descalza dirigida por la madre Ana, representó para él un dulce bálsamo, especialmente contrastando el clima familiar con que le regalaban las monjas con el sufrido el año anterior en la cárcel conventual toledana. Es posible que ese calor de hogar espiritual sólo lo hubiese entrevisto fugazmente fray Juan en la Encarnación abulense. Pero si la atmósfera, en general, era allí tiernamente acogedora ¿quién de entre las monjas del idílico carmelo y, posteriormente, del otro no menos favorable de la capital granadina, en sus dos sucesivas casas, tenía la formación y la experiencia religiosa para alcanzar la altura y profundidad de sus posibles confidencias? Ana de Jesús, sin ser maestra en teología especulativa, unía a la buena disposición, para el diáologo del que, en especial hace gala en Beas-Granada-Salamanca, otro factor decisivo: estaba preparada para entender confesiones que, con todo, no creo que fueran totales.

Era inteligente, versada ya en el conocimiento y comentario de las Sagradas Escrituras con el que, posteriormente, asombrará a los maestros salmantinos: fray Luis, Báñez, Curiel. Poseía, además, el tesoro que más podía seducir a fray Juan: la experiencia interior, honda, rara y rica, de la "ciencia sabrosa" que la hacía, al cabo, maestra en teología mística.

No voy a explicar ahora las circunstancias que se dieron en Andalucía en torno a la redacción y comentario del Cántico, desde el cuadernillo-borrador traído por Juan de la Cruz desde Toledo, ni el papel decisivo que Ana de Jesús y las monjas que le rodeaban -Magdalena del Espíritu Santo, Francisca de la Madre de Dios, Catalina de Cristo y de la Cruz, Mariana de Jesús, Isabel de la Encarnación, María de la Cruz, Agustina de San José, María Evangelista, María de San Juan...desempeñaron como estímulo de la poesía sanjuaniana.

Fué papel sólo comparable con el poderosamente ejercido por la naturaleza circundante, la obra de Dios, que de tanto contemplarla y en la que de tanto ensimismarse, había penetrado el ser del poeta y emergía en su expresión literaria. Me gustaría solo recordar que las conversaciones e intercambios poéticos iniciados en el locutorio de Beas en el verano de 1578 asientan un hábito de comunicación intensa entre Juan y ana que culminará luego en Granada en el trienio de 1582-1585 en el que ambos son superiores de los respectivos conventos de frailes y monjas y la época sensiblemente más fecunda de la escritura y doctrina del santo, escritor, teólogo y místico.

Es el momento en que Ana de Jesús le pedirá con viva insistencia el comentario de Cántico, en principio explicado y comentado oralmente, que determina a Juan de la Cruz a reorganizar el poema y la declaración que concluye y entrega a Ana en Granada en 1584, juntamente a la dedicatoria famosa como prueba de afecto y reconocimiento del espíritu elevado de la priora amiga. Pues Cántico, aclara él mismo, no es para espirituales principiantes, sino para espíritus elevados.