viernes, 19 de junio de 2009



Su formación de Carmelita Descalza fue esencialmente obra personal de Santa Teresa. Y se efectuó en una intimidad muy excepcional. También se puede afirmar con toda certeza, que la Santa Reformadora, desde esa época, la asoció a todos sus planes. Era fácil la mutua unión y comprensión en la luz infusa de sus maravillosas inteligencias y de sus corazones entregados por completo a una misma empresa. Ana decía de la Santa -hablando de los tiempos de Salamanca:
"La intimidad con que me trataba era hasta el punto de tenerme al tanto de todos sus asuntos, ora por mis propios ojos, ora por sus propias palabras o por los escritos de su mano. En fin, estaba al corriente de casi todo lo que hacía".


(Declaración de Ana de Jesús).


La Madre Teresa tuvo tiempo disponible en Salamanca para apreciar las cualidades naturales y espirituales de su discípu-la. Estuvieron frecuentemente, una y otra, al borde, valga la expresión, del arrobamiento en el curso de sus coloquios en la intimidad de una celda común.
Por otra parte, la Santa captó muy pronto que Ana era habilísima y juiciosa en los asuntos temporales de sus afanes de Fundadora y la catalogó tan altamente, que le encomendó la formación de las novicias y recomendó a la Priora que, cuando ella estuviera ausente de Salamanca, tuviera en cuenta el parecer de Ana de Jesús en todos los asuntos de importancia.
Si la Santa no hubiera estado completamente segura de su perfecta obediencia y de su fidelidad a la Santa Regla y Constituciones como también de su humildad a toda prueba, ésta no hubiera osado confiar cargos tan destacados a una religiosa apenas ingresada en la religión, ni le hubiera asignado un papel tan importante en la orientación de una Comunidad recientemente establecida. Imaginemos, pues, cuál no debió ser la humildad de la novicia que no pasa desapercibida, que tenía que dar consejos, en los casos apurados, a las Superioras y a la que "Dios no llevaba por las vías ordinarias de la meditación".


Afincada realmente en Dios, la contemplación la sustrajo, más de una vez, al mundo de lo visible. La Comunidad no ignoraba esto. Durante una dolorosa visión, compartida con Santa Teresa, fue tan violento el ímpetu de su alma que su físico no lo resistió y razones entregados por completo a una misma empresa. Ana decía de la Santa -hablando de los tiempos de Salamanca:
"La intimidad con que me trataba era hasta el punto de tenerme al tanto de todos sus asuntos, ora por mis propios ojos, ora por sus propias palabras o por los escritos de su mano. En fin, estaba al corriente de casi todo lo que hacía".
(Declaración de Ana de Jesús).
La Madre Teresa tuvo tiempo disponible en Salamanca para apreciar las cualidades naturales y espirituales de su discípu-la. Estuvieron frecuentemente, una y otra, al borde, valga la expresión, del arrobamiento en el curso de sus coloquios en la intimidad de una celda común.


Por otra parte, la Santa captó muy pronto que Ana era habilísima y juiciosa en los asuntos temporales de sus afanes de Fundadora y la catalogó tan altamente, que le encomendó la formación de las novicias y recomendó a la Priora que, cuando ella estuviera ausente de Salamanca, tuviera en cuenta el parecer de Ana de Jesús en todos los asuntos de importancia.
Si la Santa no hubiera estado completamente segura de su perfecta obediencia y de su fidelidad a la Santa Regla y Constituciones como también de su humildad a toda prueba, ésta no hubiera osado confiar cargos tan destacados a una religiosa apenas ingresada en la religión, ni le hubiera asignado un papel tan importante en la orientación de una Comunidad recientemente establecida.


Imaginemos, pues, cuál no debió ser la humildad de la novicia que no pasa desapercibida, que tenía que dar consejos, en los casos apurados, a las Superioras y a la que "Dios no llevaba por las vías ordinarias de la meditación". Afincada realmente en Dios, la contemplación la sustrajo, más de una vez, al mundo de lo visible. La Comunidad no ignoraba esto. Durante una dolorosa visión, compartida con Santa Teresa, fue tan violento el ímpetu de su alma que su físico no lo resistió y en su interior algo se quebrantó dejándola tan enferma, que hubo necesidad de retrasársele la profesión religiosa.


Más tarde, el mismo día de su Profesión Religiosa, en octubre de 1571, no sólo la Comunidad, sino también todos los que desde afuera asistían a la ceremonia, conocieron los singulares favores con que fue colmada cuando, al pronunciar por tercera vez la fórmula de los votos, quedó como muerta, pero con el rostro radiante. Sucedió esto al mismo tiempo que Santa Teresa, ausente entonces de Salamanca, insertaba en las Constituciones de Alcalá:


"La Profesión no se hará en la reja sino en el Capítulo, en donde no se admita otras personas más que las religiosas del monasterio". Ana sufría, más que nadie, con estos favores que la singularizaban. Pidió, a causa de su mucha humildad, hacer la Profesión como Hermana lega mas la Comunidad, con muy buen sentido, le denegó la petición. Rogó también a Dios que la privase de favores visibles, y hasta suplicó a SantaTeresa le obtuviese de Dios esta gracia.


Pronto fue escuchada: privada de consuelos sensibles; sin sabor y sin luz, permaneció durante tres meses, en aridez de espíritu. ¿Comprendía ya el sentido de esa noche cuya naturaleza y necesidad San Juan de la Cruz mostraría más tarde?
Se tiene la impresión, al leer el libro de las Fundaciones, en la página dedicada a la de Salamanca, de que esta Comunidad fue del total agrado de Santa Teresa. El convento era pobre, la vida material difícil; pero bastaba, a la felicidad de las religiosas, tener allí el Stmo. Sacramento como afirma la misma Santa. Reinaba allí la alegría carmelitana de la Descalcez con descuido del futuro material; el único cuidado era el presente en Dios.


La madre Teresa amaba tanto esta Comunidad, en la que todas pensaban de consuno y vivían gozosamente en la mutua confianza de un trato auténticamente familiar, que pidió ser admitida en ella, en calidad de conventual, pero se le impuso asumir, por espacio de tres años, el tan delicado oficio de Priora en el convento, no reformado, de la Encarnación de Avila.


Ana de Jesús aprendió a vivir realmente la vida de familia de las Descalzas en Salamanca

donde pasó casi cinco años. Aquí conoce ese modo peculiar de ser que fue estilo de vida de la Reformadora y que sólo pertenece a ella: encarnada en lo humano al igual que en lo sobrenatural.
Un pequeño episodio que se sitúa en 1573, define perfectamente el tenor de su fe vivida. Teresa, Priora de la Encarnación desde hacía dos años y algunos meses, vino a Salamanca para negociar la adquisición de una casa donde pudiera trasladarse el nuevo convento.
Ya se había previsto fuera el día de San Miguel. Ahora bien, al anochecer de la víspera se puso a caer una lluvia tan intensa y torrencial, que inundó la Capilla cuya techumbre aún no estaba acabada. Veamos los términos en los que Ana de Jesús cuenta el suceso en su declaración jurada para la Beatificación de la Madre Fundadora:


"..., se echó a llover torrencialmente y la Capilla, adonde debía ser llevado el Stmo. Sacramento, estaba totalmente inundada por no estar aún acabada la techumbre. Parecía imposible entrar en ella y preparar, por la noche, los tres altares que habíamos proyectado. Eran ya más de las ocho de la noche. La Madre (Teresa) estaba con dos sacerdotes: Julián de Avila y el Licenciado Nieto, que era capellán de Nuestras Madres de Alba, así como también con los obreros. Todos estaban examinando qué partido convenía tornar.


En cuanto a nosotras, sólo deseábamos poder adornar la iglesia y no sabíamos qué hacer.
Entonces, entré conotras dos Hermanas y me dirigí resueltamente a la Madre diciéndole:
Madre, sabe muy bien la hora que es. Mañana,al amanecer, vendrá el pueblo.


¿Por qué no pide a Dios haga cesar la lluvia para que nos dé un espacio de tiempo

para componer los altares?

La Madre, al oírme hablar de maneratan decidida, se volvió a mi diciendo:

¡Pídaselo ella misma si le parece que una súplica debe ser tan presto escuchada!

Viéndola contrariada la dejé inmediatamente.

Apenas llegué al patio contiguo a la iglesia, levanté los ojos al cielo yle vi tan estrellado y sereno, que parecía que no había llovido desde hacía mucho tiempo. Al instante volví a la Madre y delante de todos los presentes le dije: Antes pudiera haber hecho esta súplica a Dios.

Ahora déjennos aderezar la iglesia. La Madre se alejó sonriente y se encerró en su celda.


Nosotras, puestas a la tarea, aderezamos la iglesia sin ser molestadas por el mal tiempo".
La Santa permaneció aún en esta nueva mansión unos cinco meses. En ella acabó la redacción de los siete primeros libros de las Fundaciones que había comenzado en el antiguo convento, en agosto de 1573. En marzo, del año siguiente, abandona para siempre Salamanca, para fundar en Segovia. Ana de Jesús permaneció algún tiempo más y, por lo que hemos dejado dicho, sabemos el importante puesto que ocupaba en la Comunidad.


A pesar del alejamiento físico de la Madre Teresa, el contacto con ella no se interrumpió por completo. Amén del intercambio de cartas que pudieran tener, Ana vivía plenamente el espíritu de Santa Teresa y ésta vivía en ella en una comunión, a menudo manifesta-mente extraordinaria.


Las Carmelitas Descalzas se movían, en esta época y en este medio, en el plano de lo sobrenatural sin apenas maravillarse de ello. Uno de los aspectos más extraordinarios de los primeros tiempos de la Reforma fue, sin duda alguna, la presencia casi constante de la Reformadora en los diversos grupos diseminados de la joven familia del Carmen. Las religiosas que tenían necesidad de su presencia la encontraban, sólo sabe Dios cómo, en el instante mismo que era necesaria.


Teresa, absorta en oración en Segovia, asistía, en Salamanca: "Si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe", a una novicia que agonizaba y moría gozosa confiando el secreto a Ana de Jesús. Fue ciertamente para Ana un tiempo feliz el de Salamanca. Aquí vivió tanto mejor y con tanta mayor alegría cuanto qué su prima preferida, María Lobera, vino a unirse a la Comunidad. Sin embargo, esta felicidad y paz apenas iba a durar. Ya, durante la ausencia de la Santa, fue puesta al corriente de los planes que de ella se hacía la Fundadora que se disponía a llamarla a otros trabajos.


No dejaría de entrever todo lo que se le quería imponer y, por eso, sintió miedo de lo que le aguardaba si bien, el nuevo confesor de las monjas, le predijo las cruces y sufrimientos que tendría que soportar. Tramitábase por este tiempo una fundación en Andalucía, en Beas, a donde sabía que Santa Teresa la llamaría para confiarle la dirección del nuevo monasterio. Una decisión de la Santa, fijó la salida para los primeros días de enero de 1575. Ana de Jesús dejó Salamanca para unirse con la Madre en Fontiveros y, por Toledo, proseguir con ella el camino hasta Beas.


NOTA:


1571.

Ana de Jesús hace su Profesión Religiosa en Salamanca.

Desde entonces su acertado juicio y sabiduría la hacen indispensable en la buena marcha

y gobierno del monasterio por indicación de la misma Santa Teresa.

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