(parte 24)
LA MEMORIA DE ANA
El encarcelamiento de Ana de Jesús en la celda-prisión del Carmen de Madrid duró aproximadamente tres años, en la práctica hasta la muerte de Doria, el nueve de mayo de 1594. Durante el priorato de María de San Jerónimo (Dávila), traida desde Ávila por la acción de la consulta en 1591, tras la deposición de María del Nacimiento (Ortíz), el por entonces reciente general no se atrevió a apartar a Ana de la corte, donde gozaba de la protección y estima de personajes ilustres y poderosos, aunque careciese del favor fundamental del rey.
Luego, ella misma quiso recluirse en Salamanca, su convento de origen, en el que en seguida se granjeó el fervor de las monjas -pues muy pronto la eligieron por priora- y la admiración de los espirituales y letrados de la ilustre ciudad universitaria. El Carmen, sin embargo, siguió marginándola, propiciando a la vez su marcha a París en 1604 como fundadora de nuevos carmelos.
Pudo haber sido éste, y en verdad lo fue en la intención de la orden y del nuevo general descalzo, Francisco de la Madre de Dios, un destierro solapado de la ilustre carmelita. Pero por la ley de la compensación, la transformación y el esfuerzo, acabó siendo la proyección europea de Ana de Jesús, del teresianismo y, en gran medida y en un principio, de la obra literaria y doctrinal de Juan de la Cruz.
El caballero franco-español Jean de Quintanadueñas de Brétigny había solicitado ya, en 1587, descalzas españolas para fundar en Francia, apuntando a una en particular: María de San José (Salazar), por aquel entonces priora de Lisboa. Francisco de Sales, monseñor de Béllure, los doctores de la Sorbona Gallemant y Duval, Madame d'Acarie, dama piadosa del llamado "Paris devoto" y el propio Brétigny promovieron otra vez, en 1602, el asunto de las fundaciones francesas y, ante las reticencias de la Descalcez española, pidieron y obtuvieron, directamente del papa Clemente VIII, el breve que las autorizaba.
Pero María de San José había muerto desterrada en 1603 en el apartado convento de Cuerva. Los franceses -Brétigny, particularmente- lo sabían y no ignoraban los acontecimientos ocurridos en Madrid alrededor de 1591. Precisaban carmelitas de un determinado estilo y se fijaron en Ana de Jesús, quien accedió a sus ruegos en busca de nuevos horizontes para el Carmen primigenio y genuinamente teresiano, al que ella, pese a todo, no había renunciado.